De todos los valores, posiblemente el más difícil de explicar y de alcanzar sea la humildad. ¿Por qué? Porque cuanto más te esfuerces en ser o parecer humilde, más escapará de ti esa cualidad. En otras palabras, si crees que ya eres humilde, ¡todavía te falta mucho!
En casa, cuando alguien tiene algún logro importante, y vuelve a casa orgulloso y feliz, bromeamos: “Entre todas tus cualidades, tienes otra virtud muy importante… ¡la humildad!” Por supuesto que no es en serio, y tampoco está mal felicitarnos mutuamente en familia por lo logrado a través del esfuerzo y gracias a Dios. Pero lo cierto es que cuanto más pensamos en nosotros mismos, o intentamos “ser” humildes, más lejos estaremos de esa virtud.
¿Sabes de dónde proviene la palabra “humildad”? De un término en latín, humilitas, que significa “pegado a la tierra”. Las personas orgullosas parece que andan “en las alturas”, y por eso la humildad se asocia con tener los pies sobre la tierra. Ser humilde implica reconocer nuestra dependencia de Dios, y valorar a los demás por encima de nosotros mismos. Significa ayudar a otros sin esperar reconocimiento o recompensa. Significa respetar a otros y sus diferentes formas de pensar. Significa no creer que sabemos más que nadie, o que tenemos todas las respuestas.
Quizá lo más importante que debes saber acerca de la humildad es cuánto la valora Dios. El Señor nos dice que él valora un corazón humilde, que reconoce