Se cuenta que Julio César se puso a leer la biografía de Alejandro Magno, cuando de repente sus amigos notaron que comenzó a llorar. Al preguntarle por qué lloraba, Julio César respondió:
–Alejandro Magno a mi edad reinaba sobre una gran cantidad de países conquistados, y yo no tengo una grandeza siquiera parecida a la suya.
¡Pobre Julio César! No digo “pobre” porque no hubiera conquistado tantas naciones como Alejandro Magno, sino “pobre” porque no sabía apreciar lo que sí había logrado en su propio imperio. El compararse con otro opacó sus éxitos a tal punto que se volvió un desagradecido.
¿Te sientes identificado con Julio César? ¿O conoces niños que continuamente están observando lo que hacen sus compañeros para compararse? Es muy triste ver niños (y adultos) que no pueden soportar que otro sea “superior” a ellos. Y eso es como un veneno que mata la gratitud en el corazón.
Dios nos hizo a todos con diferentes dones; por eso, nuestro objetivo debe ser alcanzar la mayor altura posible según la capacidad que poseamos, y no estar comparándonos con otras personas diferentes a nosotros, porque eso no nos dejará apreciar las bendiciones y los éxitos de nuestra propia vida. Así que ya