Florence Nightingale nació en 1820 en una familia rica e influyente. Aunque en esa época no era común que las niñas estudiaran, su padre mismo le enseñó italiano, latín, griego, filosofía, historia, literatura y matemáticas. Como una dama rica, bella, y preparada, cuando fue ya mayor recibió varias propuestas de matrimonio. En aquellos días se creía que la única misión de las señoritas era casarse y tener hijos. Pero Florence no aceptó ninguna propuesta de formar un hogar propio. Ella tenía un llamado que había recibido de Dios: el llamado a servir a otros. Florence quería ser enfermera.
En sus días, la enfermería era una profesión no muy bien considerada. Las enfermeras eran descuidadas, sucias y, a veces, hasta borrachas. Florence no solo se preparó como enfermera, sino que, más tarde, decidió transformar la profesión. Si has sido cuidado por enfermeras, habrás visto cuánta atención ponen en la limpieza y el cuidado del enfermo.
Cuando Florence llegó a un hospital de guerra en Crimea, en el año 1854, ella y sus enfermeras voluntarias encontraron ratas, heridas podridas, pacientes ebrios, y un gran desorden. Muchos pacientes morían. Florence y sus enfermeras se pusieron en acción. Poco a poco, los pacientes empezaron a mejorar. Los soldados, angustiados, enfermos y solitarios, comenzaron a llamarla “el ángel guardián” y “la dama de la lámpara”, pues Florence los visitaba de noche y de día, y brindaba amor y palabras animadoras a cada uno.