10 de Noviembre – Un niño esperado – Un Rayito De Luz Para Cada Día

“Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí” (Jeremías 1:5 p.p.). Hasta que crezcas y seas madre…

 10 de Noviembre – Un niño esperado – Un Rayito De Luz Para Cada Día

“Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí” (Jeremías 1:5 p.p.).

Hasta que crezcas y seas madre o padre, no podrás comprender cuánto te desearon y esperaron tus papás. Mientras el vientre crecía a la par del paso de los nueve meses, los padres se preguntan: ¿Será nene o nena? ¿A quién se parecerá? ¿Qué le gustará hacer? ¿Podrá como yo hacer…? Y cada padre y madre sueña y planea la llegada de esa pequeña vida.

Esto había pasado durante muchos años en el hogar de Abraham y Sara. Ya la lozanía de la juventud había dado lugar a las arrugas y las canas. Las fuerzas y el entusiasmo para criar y corretear a la par de un incipiente caminador habían quedado enterrados en el desencanto. No habría canciones de cuna, ni juguetes ni pañales… eran ancianos, y los ancianos no tienen bebés.

Quizás tú llegaste inmediatamente después de que tus padres decidieron tenerte, o quizás te hiciste esperar como Isaac. Cuando “Risa” llegó, todos estaban felices pues sus padres eran tiernos y generosos. Hoy diríamos que “eran buena gente”. Todo el campamento había viajado “sin saber a dónde iba” con el “padre de multitudes”. Y por fe sabían que, aun en medio de los pronósticos desfavorables y de las improbabilidades, ese niño amado llegaría. Dios lo había dicho: “Abraham, tendrás una descendencia tan enorme como las estrellas del cielo y la arena de mar”.

Isaac creció y ya su nombre no significaba risa porque su madre había dudado y reído cuando los viajeros anunciaron su maternidad y ella escuchó desde el

interior de la tienda, pensando que estaban equivocados y que eso era imposible. Isaac trajo risas y sonrisas de satisfacción, pues era un niño que hacía felices a sus padres y a todos los que lo rodeaban. Lo imagino servicial y comprensivo. De buen carácter e íntegro y, por supuesto, un jovencito obediente a Dios que honraría a su padre terrenal a tal punto que este pudiese ser llamado el padre de la fe.

Tus padres tienen fe en ti. Por eso amaron traerte al mundo. Sé digno de ese privilegio; vive siendo alguien que de lo ordinario de cada día haga algo extraordinario. Puedes hacer sonreír a tus padres de felicidad. Imagina también el rostro de Jesús observándote al ir a la escuela, siendo amoroso con tus compañeros y maestros; en casa, ayudando desinteresadamente; en la iglesia, siendo un niño predicador o un aventurero o conquistador intachable. Cuántos desafíos para hacer sonreír, ¿verdad? Sé feliz y haz felices a otros. Mirta

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