Hace años, un día como hoy, nacieron dos hermosas niñas. No sé si habrás escuchado alguna vez de ellas, pero si les preguntas a tus abuelos, probablemente te puedan decir quiénes fueron Nadia Comaneci y Grace Kelly.
Nadia nació en Rumania, y desde pequeña fue entrenada para ser una gimnasta. Fueron horas las que Nadia pasó entrenando sus músculos para ser la mejor. Y lo fue. Cuando fue a competir, el mundo quedó asombrado al ver a los jueces evaluar su actuación con un 10, el máximo puntaje posible. ¡Ella logró lo que nadie había logrado en su deporte hasta ese día! Las horas que Nadia dedicó a practicar tuvieron su recompensa. Ella tuvo que dejar otras cosas de lado. Quizá fiestas de cumpleaños, quizá vacaciones, quizá lecciones de música… No pudo hacer todo lo que hubiese querido, pues tenía que entrenar. Nadia se comprometió con un sueño y llegó a ser la mejor.
Grace, por otro lado, nació en los Estados Unidos. Tuvo una infancia feliz, y más tarde llegó a ser una famosa actriz de Hollywood. Mientras filmaba una película conoció al Príncipe Raniero III de Mónaco. Ambos se enamoraron y decidieron casarse. Pero para ello, Grace tuvo que renunciar a hacer películas y comprometerse con ser una princesa. Y lo hizo. Dejó todo atrás y comenzó una nueva vida. Aprendió el protocolo, los modales. Estudió todo sobre su nuevo país. Hizo obras de beneficencia. Los súbditos de su principado llegaron a respetarla y quererla. Se comprometió con ser la princesa que el pueblo necesitaba.