Seguro te gusta ir a las tiendas de mascotas, ¿verdad? Cuando éramos novios, mi esposo y yo íbamos a visitar una que me encantaba. Un día vimos una conejita preciosa. Tenía las pestañas más largas que yo haya visto, y su pelito blanco y gris era suave como la seda. La compramos, y como todavía no nos habíamos casado, la conejita, a la que llamamos “Nena”, empezó a viajar del departamento de mi novio al mío, ¡que estaban a 100 km de distancia!
Pero, si has tenido alguna vez un conejito, seguro sabes qué traviesos son. Un día, Nena usó de baño la mochila de Nancy, mi compañera de departamento. Otro día, mi novio descubrió que su heladera no funcionaba… ¡Nena había mordido todo el cable! Me empecé a desesperar cuando la conejita comenzó a roer la tela de los sillones de nuestra nueva casa. ¿Qué podíamos hacer? Gracias a Dios, teníamos unos buenos amigos con un pequeño terreno. Ellos criaban varios animales, y se ofrecieron a adoptar a Nena. Me sentí triste cuando dejamos a nuestra conejita con sus nuevas hermanas, unas ocho gallinas, pero a los pocos días, Nena y las gallinas ya se llevaban muy bien.
Cuando volvimos de visita vimos algo increíble. ¡Nena se había convertido en gallina! “¿Qué?”, seguro dirás, “¡no puede ser!” Bueno, no tenía plumas, pero actuaba como si fuera una gallina. Cuando llegaba la hora de comer, picaba los granitos de maíz del piso, como una gallina. Y cuando llegaba la hora de dormir, se subía a los estantes del gallinero, y tomaba su lugar en medio de las gallinas. De tanto observar puras gallinas, Nena parecía ahora ¡una gallina más! ¡Cuán grande es el poder del ejemplo y de lo que observamos cada día!