¿Qué te parece si repasamos juntos algunos milagros y privilegios que los israelitas tuvieron al alcance de la mano?
Tenían un GPS que hoy sería la envidia de cualquiera: una nube los guiaba y los protegía del sol al mismo tiempo, moviéndose a la par.
En una época donde no existía la electricidad ni el alumbrado público, tenían luz y calor por las noches.
En medio del desierto árido, recibían alimento diario: el maná.
En medio del seco desierto, tuvieron agua cuando la necesitaron. ¿Recuerdas el milagro de las aguas de Mara, o cuando Dios hizo salir agua de la roca en dos oportunidades?
A pesar de caminar grandes distancias por el desierto, sus sandalias y vestidos no se gastaron.
No necesitaron de puentes para cruzar el Mar Rojo ni el río Jordán. Dios les abrió las aguas y ellos cruzaron en seco.
Podría enumerar más maravillas que nos dejarían boquiabiertos. ¿Cuál es la reacción que deberían haber tenido los israelitas? ¿Admiración? ¿Reverencia? ¿Devoción a Dios? ¿Agradecimiento? La respuesta parece obvia. Y es que pensamos que deberían haber sentido todo eso y más. Pero tristemente, no fue