Mi esposo y yo veníamos retrasando el día, pero sabíamos que llegaría. Nuestras hijas querían un perrito con todo su corazón. Intentamos convencerlas de que un gatito sería mejor, dado que nuestra casa no tenía un patio con césped; les ofrecimos hamsters, peces, y conejos. Pero el sueño del perrito no cesaba. Tenían una lista de posibles nombres de perros, una lista de trucos para enseñarle. Y oraban por un perrito todas las noches.
Un día, Charly llegó a nuestras vidas. Sucio, huraño y hambriento, confió en mis hijitas. Lo bañamos, lo vacunamos, y Charly quedó con nosotros. Emily y Melissa no lo podían creer. ¡Al fin teníamos un perrito! Pero, el lugar era muy pequeño, y creo que eso fue afectando su humor. Acostumbrado a estar libre, no le gustaba estar limitado en un patio pequeño y de cemento.
Cuando lo llevamos a un retiro espiritual, ¡casi se come a otra perrita! Ladraba a nuestros amigos con furia, y estábamos todos bastante incómodos pensando en si mordería a alguien. Pero el momento crucial fue cuando Charly casi lastima a mi hija Melissa en el viaje de vuelta.
Sabíamos que Charly no se podría quedar con nosotros, pero ¿qué hacer? No podíamos simplemente devolverlo a la calle. Oramos con fe, pidiendo a Dios un hogar para Charly. A mí me parecía casi imposible que alguien lo quisiera así. Sin embargo, Dios contesta. Nunca lo dudes.