Me llama la atención que el texto no habla de caminos, sino de camino, un camino. ¿Por qué será? La respuesta es sencilla, porque cada uno puede recorrer un camino a la vez. Si vas para la escuela, pues ¡vas para la escuela! Si vas al supermercado, no estás yendo a la casa de tu amigo. ¿Se entiende? Lo que no quita que puedas hacer varios trayectos (caminos) a lo largo de un día, y ni que hablar, a lo largo de tu vida.
En la Biblia se habla de varios personajes que iban viajando por caminos. Pero hoy me detendré en “el camino a Damasco”. Quien viajaba era Saulo. Alguien muy importante en Jerusalén, porque además de pertenecer al Sanedrín, era el miembro más joven. Pablo se había educado con el mejor maestro de la época, Gamaliel. ¡Cuán orgulloso debió haberse sentido de ese alumno ejemplar! Era brillante. Rápido para responder. Memorizaba los textos bíblicos y los obedecía. Y como tantos hebreos sinceros, esperaba al Mesías que prometían las Escrituras… y a quien habían anunciado los profetas.
No sé por qué Pablo no reconoció en los cristianos a Jesús, el Mesías esperado. Habían pasado pocos años desde que Jesús había ascendido al cielo, y Saulo veía con disgusto cómo sus seguidores crecían en número e influencia. Pero, aun viendo, estaba ciego para las cosas espirituales. Asumió una tarea “honrosa”: perseguir a los seguidores de Jesús, que según él eran impostores, así como también “al maestro” de quien enseñaban y en nombre de quien bautizaban. ¡Había que acabar con ellos, y rápido!