Cuando Jesús estuvo en este mundo, repetidas veces trató de inculcarles a sus discípulos que la verdadera grandeza en su reino es servir a los demás y no hacerse servir, como es común aquí. A ellos les costó entender ese concepto, y creo que a nosotros también. Nadie quiere ser el que sirve a los demás. Todos esperamos que nos reconozcan, y nos encanta sentirnos importantes. Todo comenzó cuando Lucifer sintió los primeros aires de grandeza; allí se conoció lo que es el orgullo, el reclamar reconocimientos y honores egoístamente.
Sin embargo, “Jesús los llamó y les dijo: Como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mat. 20:25- 28, NVI). El objetivo de Jesús al decir esas palabras era que al ponerlas en práctica, nos vayamos acostumbrando a las reglas de su reino, que están basadas en la humildad y el servicio desinteresado a los demás.
Tengo dos citas preciosas acerca de esto. Mira lo que escribió Elena de White sobre lo que nos espera en el cielo: “Después de contemplar la gloria del templo nos retiramos, y Jesús nos dejó y se fue a la ciudad. Pronto oímos otra vez su preciosa voz que decía: ‘Venga, pueblo mío; ustedes han salido de una gran tribulación y hecho mi voluntad; sufrieron por mí; vengan a la cena, que yo me ceñiré y les serviré’ ” (PE 49). ¿Qué? ¿Cómo? ¿El Rey de reyes y Señor de