Esaú era el gemelo de Jacob. Los amalecitas eran descendientes de Esaú; y los israelitas, descendientes de Jacob. A pesar de ser familia, los amalecitas querían atacar a Israel y quitarles todo lo que traían de Egipto. Se acercaron al final de la columna y empezaron atacando a los más débiles, los que ya iban bastante cansados. Seguramente cuando su líder Moisés se enteró del ataque ya era de noche y no podía hacer mucho, por lo que inmediatamente llamó a Josué y le dijo: “Elige algunos hombres y sal a pelear contra los amalecitas”. Esa noche seleccionaron hombres aptos para luchar y, luego de algunas reuniones estratégicas, estaban casi listos para la batalla. A la mañana siguiente, Josué y su ejército salieron muy temprano a pelear contra los amalecitas; mientras tanto, Moisés subió a orar a Dios a la parte más alta del cerro, sosteniendo en lo alto la misma vara que Dios le había dado para ir a Egipto.
Moisés sabía que la victoria viene de Dios, pero también sabía que debía hacer su mejor esfuerzo. Y ocurría algo interesante: mientras tenía levantados los brazos, los israelitas ganaban, pero cuando los bajaba, los israelitas perdían. Moisés comenzó a cansarse, no podía hacer esto solo. Entonces aparecieron dos compañeros que habían subido con él. Rápidamente, Aarón y Hur se dieron cuenta de que tenían una parte importante que hacer. Buscaron una piedra, sentaron a Moisés y, colocándose uno a cada lado, sostuvieron sus brazos hasta el atardecer. ¿Quién ganó la batalla? Nuestro versículo dice: “Y de ese modo Josué pudo vencer a los amalecitas”.
¿De qué modo? Por el trabajo en equipo. Las grandes victorias no se logran estando solos. Moisés oraba a Dios levantando las manos. Aarón y Hur sostenían