La mansedumbre es una característica hermosa que tienen ciertas personas que han nacido con un temperamento más dócil o que han aprendido poco a poco a ser nobles y a tener un corazón compasivo y sabio capaz de saber cuándo es prudente hablar y defenderse y cuándo es prudente callar. Ya habrás notado que esto es más fácil para algunos que para otros.
En Gálatas 5:22 y 23 aparece el fruto del Espíritu Santo, y entre las cualidades que se mencionan está la mansedumbre. Lo impresionante de este fruto es que no fluye naturalmente en nosotros, sino que es dado o regalado para cambiar lo malo en bueno. Es importante aclarar que ser manso no significa ser débil, tímido, ni mucho menos cobarde. Es justamente lo contrario, ya que para ser manso y humilde es necesario ser valiente y fuerte.
Jesús fue manso en ciertas oportunidades, especialmente las horas antes de morir en la cruz; pero también vemos a Jesús usando palabras firmes y defendiendo a su Padre celestial y a sí mismo cuando lo cuestionaban o trataban de hacerle trampas; allí Jesús no se muestra débil ¡ni menos cobarde!
A Juan se lo llamaba “hijo del trueno” antes de ser discípulo de Jesús, y eso no suena muy amigable, suena más bien a ser agresivo y enojón. Sin embargo, después de pasar tres años y medio al lado de su Maestro tuvo una transformación en su forma de ser y llegó a ser el discípulo “amado”. De hecho, aunque Juan escapó cuando Jesús fue arrestado, apareció junto a él cuando