Guillermo era un huérfano. Toda su vida había vivido en un orfanato, y soñado con ser parte de una familia. ¡Hasta le costaba imaginarse un hogar por dentro! Un día lo llamaron a la oficina de la directora del orfanato. Emocionado, fue para encontrarse con el Sr. Bleen, un hombre de mirada dura y manos como garras. ¡Y pensar que tendría que vivir con él hasta los 21! Mientras el carro los llevaba al que sería su “hogar”, Guillermo decidió hacer lo mejor siempre.
Al llegar a la casa, todo era tan malo como se lo había imaginado. No es que la casa fuese sencilla, sino que se veían la suciedad y el descuido por todas partes. Si esperaba recibir algo de cariño maternal, ciertamente no lo recibiría de la Sra. Bleen, una mujer perezosa y de mal carácter. Pronto se dio cuenta de que su misión allí era trabajar. Y trabajar duro. Comenzó a cuidar con esmero los animales, y hasta a veces cocinaba platos fáciles de preparar pero ¡muy sabrosos! La granja de los Bleen comenzó a mejorar gracias a Guillermo.
Si alguna vez había tenido dudas acerca de ir a la escuela, ahora desaparecieron. Cuanto más trataban los Bleen de desalentarlo con respecto a ir a la escuela, más decidido estaba Guillermo en proseguir sus estudios. A veces, tanto trabajo, mala alimentación y frío casi lo hacían desistir. Alguna vez, entre lágrimas, le dijo a Dios: “¿Por qué? Si realmente existes, ¡ayúdame! No he pedido mucho, pero quiero ser alguien en esta vida”. Y así, seguía adelante.