Bobby era el terrier de un policía. Ambos realizaban muchas piruetas juntos. Un día su dueño murió, pero Bobby jamás se apartó, ni en su funeral, ni en el cortejo fúnebre. En un acto de fidelidad, Bobby pasó el resto de sus catorce años de vida montando guardia sobre la tumba de su amo.
Lobito era un perro que se negaba a abandonar la tumba de su dueño en el cementerio. Los empleados del lugar lo echaron muchas veces, pero él siempre regresaba a la tumba de su dueño. Su historia fue escuchada por radio y varias personas decidieron donar comida para Lobito durante un año.
Fido era un perrito mestizo. Cada mañana acompañaba a su amo a la estación del tren, y a las 5:30 de la tarde Fido esperaba cada día su regreso. Esta rutina fue interrumpida cuando su dueño fue reclutado en el ejército. Fido ya no iba en las mañanas, pero todas las tardes se presentaba puntualmente en la estación del tren, esperando el regreso de su amo, que nunca más volvió.
Canelo era el único compañero de su amo. Lo seguía a todas partes. Cada mañana caminaban juntos y, una vez a la semana, iban al hospital. Canelo lo esperaba pacientemente en la puerta hasta que saliera y luego regresaban a casa. Un día, el hombre entró muy enfermo y falleció. Canelo, como siempre, lo esperaba en la salida; pero su dueño nunca salió. El perro permaneció allí durante doce años esperando su salida. Ni el hambre ni la sed lo apartaron de la