Ayer salimos con mis hijitas y los miembros de nuestra iglesia en el Perú a repartir el libro misionero del año. Saldríamos en autobuses, y no habría que caminar mucho, así que les dije:
–No voy a llevar agua, tomen bastante ahora.
Si bien ellas obedecieron y tomaron agua, el autobús estaba bien caluroso y, cuando llegamos al lugar polvoriento, sentimos mucha sed. Varios hermanos de iglesia habían llevado agua, y pensamos en pedirles, pero nos dio vergüenza. Después de todo, había sido nuestra decisión no cargar el peso del agua, y teníamos que atenernos a las consecuencias de nuestras elecciones.
Fuimos repartiendo los libros, invitando a las personas a leerlos y a ver cómo Dios puede actuar en sus vidas. En un momento entramos a un negocio de comestibles. Emily y Melissa le explicaron a la dueña de qué trataba el libro, y ella quedó encantada con el trabajo misionero. Entonces, tomó algo de los estantes y les regaló a las misioneritas. ¿Qué crees que era? No eran ni caramelos, ni bombones, que suelen ser cosas pequeñas que la gente regala a los niños. ¡Eran dos botellas de agua! Una para cada una.
Nos llenó de emoción ver el tierno amor de Dios para con nosotras. Ni siquiera