Flechas y saetas son sinónimos, significan lo mismo. Pero para que una flecha sea lanzada se necesita un buen arco. Cuando alguien iba a hacer un arco buscaba la mejor rama, que se escogía de un árbol frutal que tuviera muchas frutas. Ese tipo de rama debía ser flexible para sostener los frutos que a veces pesaban mucho.
A su vez, las flechas se hacían seleccionando ramas rectas de determinado grosor, las cuales se dejaban secar en el propio árbol. Para esto les quitaban la corteza de alrededor, a fin de que no les pasara el alimento. Imagina cómo se vería esa rama seca, ridícula al lado de las otras, que estaban verdes y bonitas. Sin embargo, las personas que pasaban por el lugar, al ver la rama decían: “¡Esta va a ser una flecha!” Después había que tallarla, para que fuese recta y cilíndrica. Si no, se desviaría inevitablemente del blanco. Y finalmente se le colocaba una punta metálica.
¿Entendiste el versículo? Dice que tú eres como una flecha en manos de un valiente tirador, Dios, y puedes llegar muy lejos si hay un arco adecuado. Ese arco pueden ser tus padres terrenales. Nuestros padres cuidarán que esas ramas no se llenen de hojas pues debe comenzar el proceso de “tallado”. El valor estará dentro de ti. Las flechas iban en la aljaba, una cajita de madera o cuero, junto con otras flechas. Y esto me hace pensar en la familia de Dios, con quienes nos congregamos cada sábado.