¿Has sembrado o has visto sembrar algo alguna vez? En uno de nuestros traslados a otro país nos asignaron una casa pequeña, pero con un enorme patio de tierra. Cuando lo vi, mi ilusión fue sembrar un hermoso jardín donde mi pequeña hija pudiera correr. Contratamos a un jardinero quien, con pico, pala y un rastrillo, preparó la tierra para plantar las semillas. Cuando tenía la tierra lista empezó a hacer hoyos con sus dedos y poner las semillas en ellos, cubriendo luego con la misma tierra. Después de sembrar todas las semillas, regó la tierra, me dio algunas indicaciones, pidió su paga y se fue. Y entonces quedamos la tierra, las semillas, la manguera y yo.
Al día siguiente, salí al jardín. Nada había crecido, así que empecé a regar. Era un patio extenso y me tomó mucho tiempo hacerlo. Al siguiente día, muy temprano volví al patio y otra vez, ¡No había crecido nada! Cada mañana durante mucho tiempo salía a mi jardín con la esperanza de ver crecer algo, pero encontraba la misma escena; por más que lo regaba, ¡no crecía nada!
Muchas veces estuve a punto de rendirme por no ver ningún resultado. Sentía que todo el tiempo y el esfuerzo invertidos en regar ese inmenso pedazo de tierra no daría ningún resultado. Mi esperanza de tener un jardín en vez de un buen pedazo de tierra se estaba desvaneciendo. Pero, aunque no veía nada, sabía que si me daba por vencida nunca podría ver mi jardín hecho realidad. Seguía perseverando y aferrándome a la esperanza de que algún día esas semillas brotarían para convertirse en un lindo jardín.