¡Llegó el último día del año! Para todas las autoras de este libro ha sido hermoso poder acompañarte. Es cierto que no hemos podido ver tu rostro al leer estas páginas, o escuchar tus oraciones dedicando tu vida a Dios. No hemos podido oírte cantar alabando a nuestro Padre, o tal vez derramar lágrimas cuando sentiste que una meditación hablaba especialmente a tu corazón. Pero, ¿sabes?, hemos orado por ti. Antes de escribir, mientras escribíamos, luego de escribir, y quizá incluso en el mismo momento en que tú leías tu devocional cada mañana.
¡Cuánto hemos aprendido! Hemos visto la fidelidad de Dios en acción, hemos aprendido a ser bondadosos, responsables, respetuosos… Hemos decidido obedecer más, por nuestro propio bien; ser temperantes y controlar nuestro carácter. Descubrimos también la importancia de ser íntegros en todo lo que hacemos, y anhelamos llegar a ser ¡excelentes! Nos dimos cuenta de que la perseverancia es fundamental para lograr todo esto, y de que la humildad delante del Señor es la cualidad que nos permitirá ser usados por él. Ojalá que a lo largo de este camino de aprendizaje de valores para tu vida, hayas decidido que tu lealtad será para toda la vida, con Jesús mismo, tu Amigo y Salvador.
Por todo esto, ¡cuánto hay para agradecer a Dios! Sin dudas, el cierre de un año nos ayuda a mirar hacia atrás y evaluar nuestra vida. Nos da también la oportunidad de empezar un año aún mejor. En palabras de Elena de White: “Un nuevo año abre sus limpias páginas ante nosotros. ¿Qué escribiremos en ellas? […] Procuremos comenzar este año con propósitos correctos y motivos puros, como quienes tendrán que rendir cuenta delante de Dios” (NEV 9). Espero que