suplicante y quebrada voz:
–Por favor, ¡no me ignoren!
Dos lágrimas saltaron como resortes hacia el borde de mis ojos. Sus palabras me hicieron ver cuán egoísta había sido. Jóvenes y adultos, la miramos con ternura, viéndola por primera vez no como alguien que venía a robar lo poco que teníamos, sino como alguien que no tenía a quién acudir.
Nunca, con palabras, alguien me volvió a pedir que no lo ignorase. Pero, ¡cuán real es ese pedido en las personas con quienes nos encontramos! Ojos que suplican una mirada de compasión. Manos que reclaman un toque cálido. Personas pidiendo alguien que escuche sus historias.
“No me ignores”, dice tu hermanito, “solo voy a ser pequeño por poco tiempo. Ten paciencia conmigo”. “No me ignores”, dice un compañero, “sé que no me conoces, pero necesito un amigo”.
“No me ignores”, dice tu mamá, “estoy cansada y estresada. Dame un abrazo. Ayúdame un poquito”. “No me ignores”, dice tu abuelito, “escucha esta historia solo una vez más. Sonríeme”.
“No me ignores, por favor…” es el silencioso pedido que hoy puedes contestar con tus actos de amor. ¡Que Dios te acompañe en esa misión! Cinthya