Tenía que estar callada y trabajar. Esa era la condición de una cautiva, sierva, extranjera y judía viviendo en Siria. Ella tenía muchas razones para estar con resentimiento: había sido arrebatada de su hogar, alejada de todo lo que amaba. Pero esa niña sabía cómo un pequeño acto podría hacer una gran diferencia. Conoces la historia, ¿verdad? Si no, puedes buscarla en 2 Reyes 5. Es la historia de un milagro, que le ocurrió a un capitán llamado Naamán. Él era leproso.
Como ya sabes, tener esta enfermedad era una condena de muerte, lenta y dolorosa. Hasta ahora, este poderoso hombre la había llevado oculta debajo de sus finas ropas. Pero su esposa no podía ocultar el dolor que sentía, y sus lágrimas brotaban casi sin quererlo.
Observadora como era, nuestra heroína podría haberse mantenido en el anonimato, pero ella decidió ayudar. Pensó en el profeta Eliseo, un poderoso hombre guiado por Dios que sabría qué hacer. Ella solo hizo lo que estaba a su alcance: testificar del amor de Dios. No tenía posición, ni bienes, ni poder. Lo único que tenía era su fe. Y eso fue suficiente.
Siempre me pregunto qué habrá obtenido esta niña en recompensa. ¿Será que sus padres aún vivían y retornó a vivir con ellos? ¿Será que fue adoptada como hija legítima del capitán y su esposa, como muestra de gratitud de parte de ellos? No lo sabemos. Pero de algo estamos completamente seguros: ella entró en el gozo de Dios, como alguien que tuvo bondad y compasión.