Abril 10 – Con humildad de corazón

Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito…

 Abril 10 – Con humildad de corazón

Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados. Isaías 57:15.

Todos los que con humildad y con una mente investigadora desean encontrar orientación en la Biblia, y están determinados a descubrir los fundamentos de la salvación, sabrán lo que dicen las Escrituras. En cambio, los que no manifiestan una disposición para aceptarla, dicho espíritu los alejará de la investigación. El Señor no transmitirá ningún mensaje a nadie que no le interese la verdad. No malgasta sus instrucciones en los que están permeados por deseos irreverentes o contaminados. A fin de neutralizar el buen efecto de la santa ley de Dios, el tentador educa la mente para que asimile sus sugerencias. RP 111.2

Necesitamos humillar el corazón, y con sinceridad y reverencia escudriñar las palabra de vida porque sólo los que tienen una mente humilde y contrita podrán ver la luz. El corazón, la mente, el ser entero necesitan estar preparados para recibirla. Debe producirse un silencio interior para que los pensamientos puedan ser llevados cautivos a Cristo Jesús. La Palabra de Dios tiene que reprochar el conocimiento jactancioso y la autosuficiencia. RP 111.3

El Señor está dispuesto a hablar a los que se presentan delante de él con humildad. En el altar de la oración, y en la medida en que mediante la fe toquemos el trono de la misericordia, recibiremos de las manos de Dios la llama celestial que disipará nuestras tinieblas y nos convencerá de nuestras necesidades espirituales. El Espíritu Santo toma todo lo que pertenece a Dios y lo revela a los que buscan con sinceridad los tesoros celestiales. Si permitimos que él nos guíe, nos conducirá a la luz. En la medida que contemplemos la gloria de Cristo, seremos transformados a su imagen. Necesitamos tener la fe que obra por amor y purifica a la persona. El corazón será renovado, y nacerá en nosotros el deseo de obedecer a Dios en todas las cosas.—The Review and Herald, 15 de diciembre de 1896.

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