Todo el que acepta a Cristo como salvador se compromete con Dios a ser puro y santo, y ser un siervo espiritual dispuesto a salvar a los perdidos, sean estos grandes o pequeños, ricos o pobres, libres o esclavos. La mayor empresa que hay sobre el planeta consiste en buscar y rescatar a los perdidos por los cuales Cristo pagó el precio infinito de su propia sangre. Cada uno debe comprometerse con un servicio activo. Si los que fueron bendecidos con la luz no la difunden, perderán las abundantes bendiciones de la gracia concedida por haber sido negligentes en el deber sagrado, claramente señalado en la Palabra de Dios. En la medida que los infieles pierdan luminosidad, su propio ser se expondrá al peligro; entonces las personas para las cuales deberían haber sido una luz, dejarán de hacer la obra que Dios había determinado realizar a través del instrumento humano. Por eso, al no ser vistas, esas ovejas no son traídas de vuelta al redil. RP 163.2
Como agente humano, Dios depende de usted para hacer lo mejor que está a su alcance, de acuerdo con sus talentos que él mismo desea multiplicar. Si los instrumentos humanos estuvieran dispuestos a cooperar con las inteligencias divinas, centenares de personas serían rescatadas. El Espíritu Santo quiere conceder a sus servidores consagrados una vislumbre de Jesús, quien desea fortalecerlos para que puedan hacer frente a cada conflicto, y también elevarlos y sostenerlos para darle mayores victorias. Cuando dos o tres se unen para ponerse de acuerdo, y después elevan sus peticiones, cuentan con la siguiente promesa: “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá… Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” Lucas 11:9, 10, 13. El Señor prometió que donde hayan dos o tres que se reúnan en su nombre, él los acompañará. Los que se juntan para orar, recibirán la unción de aquel que es Santo.—The Review and Herald, 30 de junio de 1896. RP 163.3