11 de Enero – Pez alcancía – Un Rayito De Luz Para Cada Día

“Bendito el hombre que confía en el Señor y pone su confianza en él” (Jeremías 17:7, NVI). Esta es la…

 11 de Enero – Pez alcancía – Un Rayito De Luz Para Cada Día

“Bendito el hombre que confía en el Señor y pone su confianza en él” (Jeremías 17:7, NVI).

Esta es la historia bíblica del pez más famoso de la historia. Cómo llegó la moneda hasta la boca del pez y cómo permaneció allí hasta que Pedro la sacó es algo que quiero preguntarle a Jesús en el cielo. Doy gracias a Dios porque Mateo registró en la Biblia este milagro tan extraordinario, pues nos muestra una faceta material de la vida cotidiana de Jesucristo, del día a día que vivía como cualquier ciudadano.

Cada año, en el mes de Adar, los judíos mayores de veinte años debía pagar dos dracmas para el mantenimiento del templo. Como Hijo de Dios, Jesús no tenía que pagar ese impuesto para el templo de su Padre. Pero él, con el corazón tan lleno de amor, se preocupó más por no herir o confundir a los que lo seguían y veían su actuar y proceder, que por defender su derechos.

Me encanta imaginar a Pedro haciendo lo que Jesús le pedía. Ya lo había hecho otras veces y había presenciado milagros; esta vez no iba a ser la excepción. En pocos segundos un vivaz pececito se movía en sus manos. Luego de que el apóstol tomara la moneda, pienso que devolvió el pez al agua. Tenía el equivalente al pago de cuatro días de trabajo, lo necesario para pagar su impuesto y el de Jesús.

El que no debía nada había pagado. El Creador del cielo, la tierra y las riquezas, había provisto. Hoy también podemos confiar, porque él sigue proveyendo. ¿Qué

necesitas?

De pequeña nunca me faltó nada. Mi papá era constructor, mi mamá estaba en casa toda para mí. Quizás había niños que tenían más cosas, pero yo era feliz con mis juguetes y mis mascotas: Cacique, mi perrito, y Caty y Mocho, mis gatitos. No se me hubiera ocurrido pedir nada más. Hasta que un día pedí a Jesús algo con todo mi corazón.

Íbamos con mis papis y mi abuelita a pasear en nuestra camioneta. Yo tenía siete años. Y, como pensaba que mi abuela era muy viejita y por lo tanto no tendría fuerzas para cerrar la puerta, me ofrecí a ayudar. La mala suerte fue que, mientras cerraba con una mano, la otra estaba puesta en la bisagra de cierre. ¡Qué dolor! ¿Pueden imaginarlo? Hasta se me cayó la uña días después. ¿Qué necesitaba? Que no me doliera tanto. Y sí, Jesús proveyó calma y consuelo cuando se lo pedí. Confía hoy en ese amoroso Amigo. Mirta

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