Cuando vivíamos en Corrientes, Argentina, conocí a un niñito llamado Daniel, el cual asistía sin falta con su mamá y su hermana todos los miércoles al culto de oración. Y todas las veces pedía lo mismo: que su papá entregara su vida a Jesús. Aún recuerdo la mirada resignada de su mamá cada vez que él hacía su pedido, como diciendo: “No hay caso, parece que él nunca lo hará”.
Pero Danielito era diferente. Sabía que el Señor contestaría su oración. Se notaba en él la confianza que tenía en Dios. Y para sorpresa de la mamá, Dios respondió el pedido del niño, y premió su fe; unos años después el padre se interesó en aprender más de la Biblia, y finalmente, entregó su vida a Jesús.
¿Qué actitud tienes cuando pides algo en oración? ¿Te levantas tranquilo luego de hacer tu pedido a Dios? ¿Confías en él como si pudieras escucharlo decir: “Hijito(a), escuché tu oración y voy a contestarla”?
Me encanta repasar la historia de Ana, una mujer angustiada por no poder tener un bebé. En la época en la que Ana vivía, tener hijos era el orgullo de una mujer, su corona de gloria. Y mientras más hijos tenía, más honrada era en la sociedad. Y Ana no solo no tenía esa honra, sino además se sumaba que la otra esposa de Elcana se burlaba de ella y la menospreciaba por eso. Se convirtió para ella en una carga demasiado pesada de llevar. Fue así, con esa carga en el corazón, que Ana se dirigió al templo a orar a Dios.