- julio 26, 2023
Miércoles 26 de julio – EXPIACIÓN HORIZONTAL: LA CRUZ Y LA IGLESIA
EXPIACIÓN HORIZONTAL: LA CRUZ Y LA IGLESIA “Pero ahora en Cristo Jesús, ustedes, que en otro tiempo estaban lejos, han…
EXPIACIÓN HORIZONTAL: LA CRUZ Y LA IGLESIA
“Pero ahora en Cristo Jesús, ustedes, que en otro tiempo estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo. Cristo es nuestra paz, que de los dos pueblos hizo uno y derribó el muro divisorio” (Efe. 2:13, 14).
Miércoles: 26 de julio
JESÚS, PREDICADOR DE LA PAZ
¿Cómo resume Pablo el ministerio de Cristo en Efesios 2:17 y 18?
Efesios 2:17-18
17 Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; 18 porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.
El concepto de paz es importante en Efesios, ya que la carta comienza y termina con bendiciones de paz “de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo” (Efe. 1:2; comparar con Efe. 6:23). Anteriormente, en Efesios 2:11 al 22, Pablo argumentó que Cristo personifica la paz, “porque él mismo es nuestra paz” (NBLA), y que la Cruz crea esa paz (Efe. 2:14–16). Cristo no solo destruye algo (la hostilidad entre judíos y gentiles; Efe. 2:14, 15), sino también crea una nueva humanidad, marcada por relaciones de reconciliación y de paz (Efe. 2:15-17). Esa paz no es solo la ausencia de conflicto, sino además resuena con el concepto hebreo de shalom, la experiencia de plenitud y bienestar, tanto en nuestra relación con Dios (Rom. 5:1) como con los demás.
¿Cómo se imagina Pablo a los creyentes compartiendo el mensaje de paz de Jesús? Efesios 4:3; 6:14, 15. Compara Romanos 10:14 y 15 con Efesios 2:17 al 19 e Isaías 52:7 y 57:19.
Romanos 10:14-15
14 ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? 15 ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!
Efesios 2:17-19
17 Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; 18 porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. 19 Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios,
Isaías 52:7
7 ¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: Tu Dios reina!
Isaías 57:19
19 produciré fruto de labios: Paz, paz al que está lejos y al cercano, dijo Jehová; y lo sanaré.
Los evangelios contienen ejemplos de Jesús como predicador de la paz. En sus mensajes de despedida a los discípulos, promete a ellos y a nosotros: “ ‘La paz les dejo. Mi paz les doy’ ” (Juan 14:27). Y concluye: “ ‘Estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción. Pero tengan buen ánimo, yo he vencido al mundo’ ” (Juan 16:33). Después de la resurrección, cuando se les aparece a los discípulos, les dice repetidas veces: “ ‘¡Paz a ustedes!’ ” (Juan 20:19, 21, 26).
En Efesios 2:17 y 18, Pablo muestra mucho interés en señalar que la predicación de paz por parte de Cristo se extendió más allá del tiempo de su ministerio terrenal. “Anunció la paz” en el presente a los “que estaban lejos” (creyentes gentiles antes de su conversión), y “a los que estaban cerca” (creyentes judíos; comparar con Efe. 2:11–13). Después de aceptar esta proclamación, todos los creyentes experimentan una profunda bendición.
¿Cómo podemos aprender a ser predicadores de la paz en vez de canales de conflicto? ¿Qué situaciones actuales puedes ayudar a sanar?
Comentarios Elena G.W
La paz a la cual se refirió el gran Maestro es más amplia y abarcante de lo que nos hemos imaginado. Cristo está dispuesto a realizar grandes cosas en favor nuestro; listo a restaurar nuestra naturaleza haciéndonos participantes de su naturaleza divina. El- Señor está deseoso de unir nuestro corazón con su corazón de amor infinito para que nos reconciliemos totalmente con Dios; pero también es nuestro privilegio comprender que Dios nos ama tanto como ama a su propio Hijo. Cuando creemos en Cristo como nuestro Salvador personal, la paz de Cristo se hace nuestra. El fundamento de nuestra paz es la reconciliación provista para nosotros mediante el sacrificio expiatorio de Cristo; pero los sentimientos sombríos no constituyen una evidencia de que las promesas de Dios no sean efectivas. A veces nos dejamos llevar por los sentimientos, y puesto que las cosas no nos parecen brillantes, comenzamos a apretar más el manto de pesadumbre alrededor del alma. Nos miramos a nosotros mismos, y pensamos que Dios se ha olvidado de nosotros. Hay que mirar a Cristo. En mí, dice Cristo, hallaréis paz. Nos adentramos en el terreno de la paz, cuando comenzamos a tener comunión (Exaltad a Jesús, p. 326).
Cristo es el «Príncipe de paz», y su misión es devolver al cielo y a la tierra la paz destruida por el pecado. «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo». Isaías 9:6; Romanos 5:1. Quien consienta en renunciar al pecado y abra el corazón al amor de Cristo participará de esta paz celestial.
No hay otro fundamento para la paz. La gracia de Cristo, aceptada en el corazón, vence la enemistad, apacigua la lucha y llena el alma de amor. El que está en armonía con Dios y con su prójimo no sabrá lo que es la desdicha. No habrá envidia en su corazón ni su imaginación albergará el mal; allí no podrá existir el odio. El corazón que está de acuerdo con Dios participa de la paz del cielo y esparcirá a su alrededor una influencia bendita. El espíritu de paz se asentará como rocío sobre los corazones cansados y turbados por la lucha del mundo.
Los seguidores de Cristo son enviados al mundo con el mensaje de paz. Quienquiera que revele el amor de Cristo por la influencia inconsciente y silenciosa de una vida santa; quienquiera que incite a los demás, por palabra o por hechos, a renunciar al pecado y entregarse a Dios, es un pacificador (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 27, 28).