Antonio muchas veces se sentía avergonzado porque cuando intentaba cantar, su voz se hacía chillona. Además no sabía afinar. Cantaba todo en un mismo tono. Algunos de sus amigos sentían compasión por él, otros se le burlaban y trataban de hacerlo cantar para divertirse a costa de él. En la aldea de Cremona, en Italia, donde Antonio había nacido, todos lo conocían como el muchacho que no podía cantar.
Pero había algo que hacía muy bien: tallar madera. Disfrutaba realizar diferentes figuras, y cuidar cada detalle para que quedaran hermosas. Un día, se enteró de que en su misma aldea había un hombre que trabajaba con madera también. Se llamaba Niccolo Amati y fabricaba violines. Eso encendió una luz en la mente de Antonio. Ya que él no podía cantar, fabricaría violines.
Un día, se dirigió a la casa de Niccolo para pedirle que le enseñase a fabricar violines, y llevó varios objetos tallados por él mismo como muestra. El maestro los observó detalladamente y vio que el niño tenía talento con la madera. Así que aceptó ser su maestro y enseñarle a fabricar violines. Pero antes le advirtió:
–Tendrás que trabajar ardua y pacientemente por mucho tiempo.
El niño estaba dispuesto a todo lo que fuese necesario para hacer un violín. ¡Y fue un alumno excelente! Aprendió el arte de fabricar violines a la perfección.