Otra vez los vecinos sonrieron al ver el conocido cartel en la ventana del Sr. Pérez: “Se necesita un muchacho”. Parecía que no era fácil el trabajo de mandadero del comerciante. Así lo comprobó Juan. Luego de hacer varias sencillas tareas, el Sr. Pérez lo envió al altillo y le dijo:
–Debes ordenar la caja grande que está en medio de la habitación.
Pero cuando Juan vio el altillo ¡salió de ahí espantando! Telarañas, frío que se colaba por los vidrios rotos, y hasta ratas. Bajó diciéndole al Sr. Pérez que no había sido contratado para eso. Así que, cuando fue enviado al centro a realizar un trámite, fue orgulloso, pensando que “sabía manejar al viejo”. Al fin del día se sorprendió bastante cuando el Sr. Pérez le pagó por su trabajo y lo despidió.
Al reaparecer el cartel de “Se necesita un muchacho”, probó suerte Raúl. Todo marchó bien hasta que llegó el turno de ordenar la caja. Protestando bastante y golpeándose las rodillas, Raúl bajó al poco rato con algunos clavos derechos y un par de llaves. Según dijo, eso era todo lo que había encontrado para clasificar. Al fin del día, nuevamente, el confundido mandadero fue despedido, sin entender qué había hecho mal, como le dijo a su madre más tarde.
Luego fue el turno de Rogelio. No conocía a ninguno de los otros muchachos, así que no podría haber anticipado que, en algún momento, llegaría el desafío de