Hay versículos que son casi un poema; este es uno de ellos. Podemos y deberíamos aprender mucho de él. ¿Has visto alguna vez un amanecer? Quizás en algún viaje, cuando entreabres los ojos, sentado en el asiento de atrás, o en casa en los días de invierno cuando te levantas y miras por la ventana cómo los rayos del sol comienzan a iluminar los colores de la naturaleza y aún se ven indecisos, grisáceos. Y en ese momento intrascendente, simple y milagrosamente, comienza un nuevo día.
Jorge Luis Borges describe el amanecer como solo él puede hacerlo. Elijo tan solo algunos versos. “La luz discurre [circula, fluye] inventando sucios colores […] mientras un pájaro detiene el silencio, y la noche gastada se ha quedado en los ojos de los ciegos” (poema “Amanecer”). ¡Bonita descripción! ¿Verdad?
Pero las horas irán transcurriendo y habrá más luz y más brillo, realzando la maravilla de un nuevo día de la vida… Colores y tibieza… El astro rey avanza y estos colores se harán plenos en el cenit, al mediodía… en la hora perfecta.
Frente a la palabra perfecto, casi nos ponemos incrédulos. Y nos decimos a nosotros mismos, “perfecto solo es Dios”, y agregamos un silencioso “yo no”. Pero para completar esta idea hay un versículo que es todavía más claro. En Mateo 5:48 dice: “Sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.