Martes 8 de agosto – EL CUERPO UNIFICADO DE CRISTO
EL CUERPO UNIFICADO DE CRISTO “Él mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y…
EL CUERPO UNIFICADO DE CRISTO
“Él mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros; a fin de perfeccionar a los santos para desempeñar su ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efe. 4:11, 12).
Martes: 8 de agosto
EL CRISTO EXALTADO, DADOR DE DONES
“No obstante, él nos ha dado a cada uno de nosotros un don especial mediante la generosidad de Cristo. Por eso las Escrituras dicen:
“ ‘Cuando ascendió a las alturas, se llevó a una multitud de cautivos y dio dones a su pueblo’.
“Fíjense que dice ‘ascendió’. Sin duda, eso significa que Cristo también descendió a este mundo inferior. Y el que descendió es el mismo que ascendió por encima de todos los cielos, a fin de llenar la totalidad del universo con su presencia” (Efe. 4:7–10, NTV). ¿Qué es lo que ocurre aquí, y qué quiere enfatizar Pablo en estos versículos?
Efesios 4:7-10
7 Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. 8 Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres. 9 Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? 10 El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo.
Pablo citó Salmo 68:18, que dice: “Cuando ascendiste a las alturas, llevaste a una multitud de cautivos; recibiste regalos de la gente, incluso de quienes se rebelaron contra ti. Ahora el Señor Dios vivirá allí, en medio de nosotros” (NTV). Salmo 68:18 presenta al Señor, Yahvéh, como un general conquistador, que habiendo vencido a sus enemigos asciende al monte sobre el que está edificada su ciudad capital, con los cautivos de la batalla en su séquito (ver Sal. 68:1, 2). Luego recibe tributo (“recibiste regalos”) de sus enemigos vencidos (fíjate que Pablo ajusta esta imagen al Cristo exaltado, “dio dones”, basado en el contexto más amplio del Salmo; ver Sal. 68:35).
Si seguimos el orden de Salmo 68:18, el ascenso (la ascensión de Cristo al Cielo [Efe. 1:21-23]) ocurre primero, seguida del descenso, en el que el Jesús resucitado y exaltado da dones y llena todas las cosas. Esta es la forma en que Pablo describe el derramamiento pentecostal del Espíritu Santo (ver Hech. 2). Efesios 4:11 y 12 confirma esta perspectiva que identifica los dones proporcionados por el Jesús exaltado como dones del Espíritu.
“Cristo ascendió a lo alto y llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Después de la ascensión de Jesús, y conforme a su promesa, el Espíritu descendió en la forma de un viento recio que llenó el lugar donde se encontraban reunidos sus discípulos. ¿Cuál fue el resultado? Miles se convirtieron en un día” (Recibiréis poder, p. 160).
Aunque estos pocos versículos de Efesios son profundos, ¿cómo podemos aprender a encontrar consuelo en ellos? ¿De qué manera muestran lo que Cristo ha hecho y hará por nosotros, especialmente cuando dé “plenitud a todas las cosas en todas partes con su presencia” (Efe. 1:23, NTV)?
Comentarios Elena G.W
Para la gloria del Padre, el Príncipe de la vida debía ser las primicias, la realidad simbolizada por la ofrenda mecida… Esta misma escena, la resurrección de Cristo de los muertos, había sido celebrada simbólicamente por los judíos. Cuando maduraban en los campos las primeras espigas de los cereales, eran cosechadas cuidadosamente, y cuando la gente subía a Jerusalén, ellas eran presentadas ante el Señor como una ofrenda de agradecimiento. La gente mecía las gavillas maduras delante de Dios, reconociéndolo como al Señor de la cosecha. Después de esa ceremonia, el trigo era guadañado y se recogía la cosecha.
Así también los que habían sido resucitados habían de ser presentados ante el universo como una garantía de la resurrección de todos los que creen en Cristo como su Salvador personal. El mismo poder que levantó a Cristo de los muertos levantará a su iglesia y la glorificará con Cristo, como a su novia, por encima de todos los principados, por encima de todos los poderes, por encima de todo nombre que se nombra, no solo en este mundo, sino también en los atrios celestiales, el mundo de arriba (Mensajes selectos, t. 1, pp. 359, 360).
Antes de dejar a sus discípulos, Cristo «sopló, y díjoles: Tomad el Espíritu Santo». Juan 20:22. Otra vez dijo: «He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros». Lucas 24:49. Sin embargo, este don no fue recibido en su plenitud hasta después de la ascensión. No fue recibido el derramamiento del Espíritu hasta que, mediante la fe y la oración, los discípulos se consagraron plenamente para efectuar la obra de Cristo. Entonces, en un sentido especial, los bienes del cielo fueron entregados a los seguidores de Cristo. «Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres». Efesios 4:8. «A cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo», y el Espíritu reparte «particularmente a cada uno como quiere». Efesios 4:7; 1 Corintios 12:1 1. Los dones ya son nuestros en Cristo, pero su posesión verdadera depende de nuestra recepción del Espíritu de Dios (Palabras de vida del gran Maestro, p. 263).
El Espíritu Santo prometido, que él enviaría después de ascender a su Padre, está obrando constantemente para atraer la atención al gran sacrificio hecho en la cruz del Calvario, y para descubrir al mundo el amor de Dios al hombre, para abrir al alma convicta lo precioso de las Escrituras, y para iluminar las mentes oscurecidas con los brillantes rayos del Sol de justicia, las verdades que hagan que sus corazones ardan dentro de ellos con la inteligencia despertada por las verdades eternas…
Ha de meditarse cuidadosamente sobre la vida de Cristo, y estudiarla constantemente con el deseo de entender la razón por la que él tuvo que venir. Solo podemos formular nuestras conclusiones mediante el escudriñamiento de las Escrituras, tal como Cristo nos ha ordenado hacerlo, cuando dice «ellas son las que dan testimonio de mí». Juan 5:39 (Reflejemos a Jesús, p. 124).