El Ángel del pacto está dotando a sus siervos de poder para que lleven la verdad a todas partes del mundo. Ha enviado a sus ángeles con el mensaje de misericordia; pero, como si no se apresuraran lo suficiente para satisfacer el amoroso anhelo de su corazón, coloca sobre cada miembro de su iglesia la responsabilidad de proclamar este mensaje. «El que oye, diga: ¡ ‘Ven!»‘ Todo miembro de iglesia ha de mostrar su lealtad invitando a los sedientos a beber del agua de la vida. Una cadena de testigos vivientes ha de llevar la invitación al mundo. ¿Realizarás tu parte en esta gran obra?
Cristo llama a muchos misioneros, tanto hombres como mujeres, para que se consagren a Dios, y estén dispuestos a gastar y ser gastados en su servicio. ¡Oh!, ¿podemos dejar de recordar que existe un mundo por el cual trabajar? ¿No avanzaremos paso a paso permitiendo que Dios nos use como su mano ayudadora? ¿No nos colocaremos sobre el altar del servicio? Entonces el amor de Cristo nos tocará y transformará, convirtiéndonos, por su causa, en personas dispuestas a trabajar con osadía (El colportor evangélico, p. 19).
Dios nos ha dado el don del habla para que podamos relatar a otros cómo él nos trata, para que su amor y compasión pueda conmover a otros corazones, y que de otras almas puedan elevarse también alabanzas a Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. El Señor ha dicho: «Vosotros sois mis testigos». Isaías 43:10. Pero todos los que son llamados a testificar por Cristo, deben aprender de él a fin de ser testigos eficientes. Como hijos del Rey celestial, deben educarse para dar testimonio en voz clara y distinta, y de tal manera que nadie pueda recibir la impresión de que les cuesta hablar de la misericordia del Señor (Consejos para los maestros, p. 230).
En un sentido muy especial, los adventistas del séptimo día han sido colocados en el mundo como centinelas y transmisores de luz. A ellos ha sido confiada la tarea de dirigir la última amonestación a un mundo que perece. La Palabra de Dios proyecta sobre ellos una luz maravillosa. Una obra de la mayor importancia les ha sido confiada: proclamar los mensajes del primero, segundo y tercer ángeles. Ninguna otra obra puede ser comparada con esta y nada debe desviar nuestra atención de ella.
Las verdades que debemos proclamar al mundo son las más solemnes que jamás hayan sido confiadas a seres mortales. Nuestra tarea consiste en proclamarlas. El mundo debe ser amonestado, y el pueblo de Dios tiene que ser fiel a su cometido…
No es un hecho de poca importancia que Dios nos haya revelado con tanta claridad sus planes y sus consejos. Comprender la voluntad de Dios, tal como está revelada en la segura palabra profética, es para nosotros un maravilloso privilegio, pero nos impone una pesada responsabilidad. Dios espera que impartamos a otros el conocimiento que nos ha dado (Testimonios para la iglesia, t. 9, p. 17).