Jueves 4 de enero – EL MUNDO DE LOS SALMOS – CÓMO LEER SALMOS
CÓMO LEER SALMOS “Después les dijo: ‘Estas son las palabras que les hablé cuando estaba aún con ustedes; que era…
CÓMO LEER SALMOS
“Después les dijo: ‘Estas son las palabras que les hablé cuando estaba aún con ustedes; que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos’. Entonces les abrió el sentido, para que entendiesen las Escrituras” (Luc. 24:44, 45).
Jueves: 4 de enero
EL MUNDO DE LOS SALMOS
Lee Salmos 16:8; 44:8; 46:1; 47:1 y 7; 57:2; 62:8; 82:8; y 121:7. ¿Qué lugar ocupa Dios en la vida del salmista?
Salmos 16:8
8 A Jehová he puesto siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido.
Salmos 44:8
8 En Dios nos gloriaremos todo el tiempo, Y para siempre alabaremos tu nombre. Selah
Salmos 46:1
1 Dios es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Salmos 47:1 y 7
1 Pueblos todos, batid las manos; Aclamad a Dios con voz de júbilo.
7 Porque Dios es el Rey de toda la tierra; Cantad con inteligencia.
Salmos 57:2
2 Clamaré al Dios Altísimo, Al Dios que me favorece.
Salmos 62:8
8 Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; Derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio. Selah
Salmos 82:8
8 Levántate, oh Dios, juzga la tierra; Porque tú heredarás todas las naciones.
Salmos 121:7
7 Jehová te guardará de todo mal; Él guardará tu alma.
El mundo de Salmos se enfoca totalmente en Dios; trata de presentar delante de Dios, en oración y alabanza, todas las experiencias de la vida. Dios es el Creador soberano, el Rey y Juez de toda la Tierra. Él provee todas las cosas para sus hijos. Por lo tanto, debemos confiar en él en todo momento. Incluso los enemigos del pueblo de Dios preguntan: “¿Dónde está tu Dios?” cuando el pueblo de Dios parece fracasar (Sal. 42:10). Así como el Señor es el Dios de su pueblo, omnipresente e infalible, así también el pueblo de Dios tiene a Dios siempre delante de sí. En definitiva, los salmos vislumbran el momento en que todos los pueblos y toda la creación adorarán a Dios (Sal. 47:1; 64:9).
La centralidad de Dios en la vida produce la centralidad de la adoración. El culto en el que existían los salmos era fundamentalmente distinto del culto como lo entienden muchos en la actualidad, porque el culto en la cultura bíblica era el centro natural e indiscutible de la vida de toda la comunidad. Por lo tanto, todo lo que sucedía en la vida del pueblo de Dios, tanto lo bueno como lo malo, se expresaba inevitablemente en el culto. Dios escucha al salmista, estuviera donde estuviera, y le responde en el momento perfecto (Sal. 3:4; 18:6; 20:6).
El salmista es consciente de que la morada de Dios está en el Cielo, pero al mismo tiempo Dios habita en Sion, en el Santuario, en medio de su pueblo. Dios está al mismo tiempo lejos y cerca, en todas partes y en su Templo (Sal. 11:4); está oculto (Sal. 10:1) y se revela (Sal. 41:12). En Salmos se unen estas características de Dios, mutuamente excluyentes en apariencia. Los salmistas comprendieron que la proximidad y la lejanía eran inseparables dentro del verdadero ser de Dios (Sal. 24:7-10). Los salmistas comprendían la dinámica de esta tensión espiritual. Su conciencia de la bondad y la presencia de Dios en medio de lo que estaban experimentando es lo que fortalece su esperanza mientras esperan que Dios intervenga, como y cuando él decida hacerlo.
¿Cómo pueden ayudarnos los salmos a comprender que no podemos limitar a Dios únicamente a ciertos aspectos de nuestra existencia? ¿Cuáles pueden ser los aspectos de tu vida en las que intentas mantener al Señor a distancia?
Comentarios Elena G.W
Tan humilde y modesto como antes de su ungimiento, el pastorcillo regresó a las colinas, para vigilar y cuidar sus rebaños tan cariñosamente como antes. Pero con nueva inspiración componía sus melodías, y tocaba el arpa. Ante él se extendía un panorama de belleza rica y variada. Las vides, con sus racimos, brillaban al sol. Los árboles del bosque, con su verde follaje, se mecían con la brisa. Veía al sol, que inundaba los cielos de luz, saliendo como un novio de su aposento, y regocijándose como hombre fuerte que va a correr una carrera. Allí estaban las atrevidas cumbres de los cerros que se elevaban hacia el firmamento; en la lejanía se destacaban las peñas estériles de la montaña amurallada de Moab; y sobre todo se extendía el azul suave de la bóveda celestial.
Y más allá estaba Dios. Él no podía verle, pero sus obras rebosaban alabanzas. La luz del día, al dorar el bosque y la montaña, el prado y el arroyo, elevaba a la mente y la inducía a contemplar al Padre de las luces, Autor de todo don bueno y perfecto. Las revelaciones diarias del carácter y la majestad de su Creador henchían el corazón del joven poeta de adoración y regocijo.
En la contemplación de Dios y de sus obras, las facultades de la mente y del corazón de David se desarrollaban y fortalecían para la obra de su vida ulterior. Diariamente iba participando en una comunión más íntima con Dios. Su mente penetraba constantemente en nuevas profundidades en busca de temas que le inspirasen cantos y arrancasen música a su arpa. La rica melodía de su voz difundida a los cuatro vientos repercutía en las colinas como si fuera en respuesta a los cantos de regocijo de los ángeles en el cielo (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 693, 694).
Si nos asociamos diariamente con Cristo, sentiremos en nuestro derredor los poderes de un mundo invisible; y mirando a Cristo, nos asemejaremos a él. Contemplándolo, seremos transformados. Nuestro carácter se suavizará, se refinará y ennoblecerá para el reino celestial. El resultado seguro de nuestra comunión con Dios será un aumento de piedad, pureza y celo. Oraremos con inteligencia cada vez mayor. Estamos recibiendo una educación divina, la cual se revela en una vida diligente y fervorosa.
El alma que se vuelve a Dios en ferviente oración diaria para pedir ayuda, apoyo y poder, tendrá aspiraciones nobles, conceptos claros de la verdad y del deber, propósitos elevados, así como sed y hambre insaciable de justicia. Al mantenernos en relación con Dios, podremos derramar sobre las personas que nos rodean la luz, la paz y la serenidad que imperan en nuestro corazón. La fuerza obtenida al orar a Dios, sumada a los esfuerzos infatigables para acostumbrar la mente a ser más considerada y atenta, nos prepara para los deberes diarios, y preserva la paz del espíritu bajo todas las circunstancias (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 73, 74).