Al servirse del lenguaje, no hay quizá otro error que jóvenes y ancianos pasen por alto con tanta ligereza como el de las palabras rápidas e impacientes. Piensan que basta la excusa: “Estaba desprevenido, y no tenía intención de decir eso.” Pero la Palabra de Dios no lo pasa por alto…
La mayor parte de las molestias, amarguras e irritaciones de la vida se deben al hecho de que no se controla el temperamento. En un momento, pronunciando algunas palabras descuidadas, precipitadas y apasionadas, se puede hacer un daño que toda una vida de arrepentimiento no podrá subsanar. ¡Ah, cuántos corazones se destrozan, cuántos amigos se enajenan, cuántas vidas se arruinan á causa de las palabras ásperas y precipitadas pronunciadas por aquellos que podrían haber impartido ayuda y saneamiento… El hombre por su propia fuerza no puede gobernar su espíritu. Pero por medio de Cristo puede alcanzar el dominio propio. (ST, 25-05-1904)
Se necesita firmeza uniforme y control desapasionado para la disciplina de cada familia. Decid lo que pensáis con calma, proceded con consideración y llevad a cabo lo que habéis dicho sin desviaros un palmo…No os mostréis ceñudos ni permitáis que una palabra dura se escape de vuestros labios. Dios escribe todas estas palabras en su libro de memorias. (3T:532)
El exceso de trabajo a veces nos hace perder el dominio propio. Pero el Señor nunca exige procedimientos rápidos o complicados. Muchos acumulan cargas que el misericordioso Padre nunca depositó sobre ellos. Y las obligaciones que él nunca pensaba imponerles se suceden una detrás de otra vertiginosamente. Dios quiere que comprendamos que no glorificamos su nombre cuando aceptamos tantas tareas que estamos sobrecargados, por lo cual nos desanimamos mental y espiritualmente, y nos irritamos con facilidad. Solamente debemos llevar las responsabilidades que el Señor nos da, confiando en él, conservando así nuestro corazón puro, afectuoso y compasivo. (ST, 25-05-1904) (84)