«Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de la tierra de Egipto, donde vivías como esclavo. No tendrás dioses ajenos delante de mí». ÉXODO 20:2-3
Mientras los israelitas vivían en el desierto, Moisés hablaba con Dios en un lugar llamado el monte Sinai.
Un día, mientras Moisés estaba en la montaña, Dios le recordó las leyes que quería que el pueblo obedeciera, y le dijo que escribiera los Diez Mandamientos en dos tablillas de piedra.
Moisés estuvo con Dios en la montaña durante un largo tiempo. El pueblo pensó que no volvería, así que fueron a ver al hermano de Moisés, Aarón, y le dijeron que querían un dios al que pudieran ver. Entonces, Aarón les pidió que le llevaran todas sus joyas de oro. Derritió el oro y fabricó un ídolo con la forma de un becerro. Entonces, el pueblo bailó y celebró frente al becerro de oro.
Cuando Moisés bajó de la montaña, escuchó la celebración y vio el becerro de oro. Estaba tan enojado que arrojó las tablillas al suelo. Moisés estaba furioso porque las personas se habían alejado de Dios muy rápido. Estaba enojado con su hermano por ser un mal líder.
Dios también estaba enojado. Él había ayudado al pueblo a escapar de Egipto. Les había enviado pan del cielo. Entonces, Dios envió una clase de enfermedad llamada plaga al pueblo porque habían adorado al becerro de oro. Muchos murieron por su desobediencia.
Dios es el Creador de todo y quiere ser nuestro único Dios. Él es digno de toda nuestra adoración. No quiere que pongamos ninguna otra cosa delante de Él. Cuando decidimos obedecer a Dios y seguir a líderes que le obedecen, el Señor se pone contento. —CB
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DATO DIVERTIDO
Una vez, los enemigos de Israel, los filisteos, pusieron una estatua de su dios falso, Dagón, en frente del arca del pacto de Dios. A la mañana, la estatua se había caído sobre su rostro, ¡y estaba hecha pedazos!