Sábado 27 de julio – MILAGROS ALREDEDOR DEL LAGO

MILAGROS ALREDEDOR DEL LAGO “Pero Jesús no le permitió, sino que le dijo: ‘Vete a tu casa, a los tuyos,…

 Sábado 27 de julio – MILAGROS ALREDEDOR DEL LAGO

MILAGROS ALREDEDOR DEL LAGO

“Pero Jesús no le permitió, sino que le dijo: ‘Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales las grandes cosas que el Señor ha hecho contigo y cómo tuvo compasión de ti’ ” (Mar. 5:19).

Sábado: 27 de julio

MILAGROS ALREDEDOR DEL LAGO

El ministerio de Jesús estuvo centrado mayormente en Galilea, especialmente en el lago, de aproximadamente 21 kilómetros de largo y 13 de ancho, y en sus alrededores. El lago de Galilea es el cuerpo de agua más grande de la zona y el centro de la vida de quienes habitaban cerca.

Marcos 4 termina con Jesús y sus discípulos cruzando el lago de Galilea. Se levanta entonces una tormenta que Jesús calma hablando al viento y a las olas. Marcos 6 termina con una escena similar, pero esta vez con Jesús caminando sobre el agua hacia sus discípulos, que estaban en el bote. Entre ambas escenas en el agua, hay numerosos milagros que Jesús hizo en tierra y la primera actividad misionera de sus discípulos. Esas historias son el tema de estudio de esta semana.

La característica general de estas historias dramáticas consiste en permitir que el lector vea quién es Jesús. Él es aquel que puede calmar una tormenta, restaurar a un endemoniado, sanar a una mujer que simplemente toca su manto, resucitar a una niña, predicar en su propio pueblo, enviar a sus discípulos a una misión evangelizadora, alimentar a cinco mil personas con unos pocos panes y peces, y caminar sobre el agua. Increíbles demostraciones de poder que acercan a sus discípulos a la comprensión de que él es el Hijo de Dios.

Comentarios Elena G.W

Al nacer Jesús, Satanás supo que había venido un Ser comisionado divinamente para disputarle su dominio. Tembló al oír el mensaje del ángel que atestiguaba la autoridad del Rey recién nacido. Satanás conocía muy bien la posición que Cristo había ocupado en el cielo como amado del Padre. El hecho de que el Hijo de Dios viniese a esta tierra como hombre le llenaba de asombro y aprensión. No podía sondear el misterio de este gran sacrificio. Su alma egoísta no podía comprender tal amor por la familia engañada. La gloria y la paz del cielo y el gozo de la comunión con Dios, eran débilmente comprendidos por los hombres; pero eran bien conocidos para Lucifer, el querubín cubridor. Puesto que había perdido el cielo, estaba resuelto a vengarse haciendo participar a otros de su caída. Esto lo lograría induciéndolos a menospreciar las cosas celestiales, y poner sus afectos en las terrenales (El Deseado de todas las gentes, p. 90).

Cristo debía identificarse con los intereses y las necesidades de la humanidad. El que era uno con Dios se vinculó con los hijos de los hombres mediante lazos que jamás serán quebrantados. Jesús «no se avergüenza de llamarlos hermanos». Hebreos 2:1 1. Es nuestro Sacrificio, nuestro Abogado, nuestro hermano, que lleva nuestra forma humana delante del trono del Padre, y por las edades eternas será uno con la raza a la cual redimió: es el Hijo del hombre. Y todo esto para que el hombre fuese levantado de la ruina y degradación del pecado, para que reflejase el amor de Dios y compartiese el gozo de la santidad…

Tal amor es incomparable. ¡Que podamos ser hijos del Rey celestial! ¡Promesa preciosa! ¡Tema digno de la más profunda meditación! ¡Incomparable amor de Dios para con un mundo que no le amaba! Este pensamiento ejerce un poder subyugador que somete el entendimiento a la voluntad de Dios. Cuanto más estudiamos el carácter divino a la luz de la cruz, mejor vemos la misericordia, la ternura y el perdón unidos a la equidad y la justicia, y más claramente discernimos las pruebas innumerables de un amor infinito (El camino a Cristo, pp. 14-16).

El que había dicho: «Yo pongo mi vida, para volverla a tomar» (Juan 10:17), salió de la tumba a la vida que estaba en él mismo. Murió la humanidad, no murió la divinidad. En su divinidad, Cristo poseía el poder de romper las ataduras de la muerte. Declara que tiene vida en sí mismo para resucitar a quien quiera.

Todos los seres creados viven por la voluntad y el poder de Dios. Son recipientes de la vida del Hijo de Dios. No importa cuán capaces y talentosos sean, no importa cuán amplias sean sus capacidades, son provistos con la vida que procede de la Fuente de toda vida. Él es el manantial, la fuente de vida. Solo el único que tiene inmortalidad, que mora en luz y vida, podía decir: «Tengo poder para ponerla [mi vida], y tengo poder para volverla a tomar». Juan 10:18 (Mensajes selectos, t. 1, p. 301).

Elena G.W

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