Una madre divorciada está cenando con su hijo cuando este le pregunta: “Mamá, ¿tu verdadero nombre es “Constantina Negadicta”?”. “¡¿Qué pregunta tan rara, hijo?!”, comenta ella, atónita. “Es que, en el teléfono de papá hay un contacto que se llama ‘Constantina Negadicta’, y es tu número de celular”.
Esa noche, la mamá del niño llama al papá: “¡¿Qué es eso de identificarme en tu celular como ‘Constantina Negadicta’?!”, exige saber. “Es que lo único constante en ti es que, cada vez que llamas, es solo para decirme cosas negativas”, respondió él. Este es un problema más común de lo que parece.
¿Qué es la negadicción? Es un filtro mental profundamente arraigado a través del cual todo se percibe como desolador. Es una costumbre de evitar lo positivo; buscar la crítica, el rechazo y la culpa; imaginar la traición; atribuir significado negativo a sucesos neutrales; seguir preocupándose por dolores del pasado; buscar desahogarse en lugar de tomar decisiones.
La persona negadicta exige atención, atrae agravios, implora compasión, finge impotencia, cuida de otros y luego se queja por ello, se autocastiga, autosacrifica y autoboicotea, expresa emociones de forma pasivo-agresiva, se compara desfavorablemente a los demás y practica el fino arte de llevarlo todo al exceso.116
La negadicción es un hábito de pensamiento, y como todo hábito, no desaparece de la noche a la mañana. ¡Pero es posible la recuperación! El primer paso es reconocer que tenemos un problema.
“Así que soy negadicta, ¿y ahora qué?”. Carol Cannon, terapeuta cristiana y experta en terapia para dejar atrás la negadicción, hace las siguientes recomendaciones: entrega tus frustraciones a Dios (escríbelas en papel y ponlas en una “caja de Dios”); aplaza la preocupación (decide cada día preocuparte por tus problemas solo en un momento concreto, en una franja horaria, como por ejemplo después de salir del trabajo, y asegúrate de que sean problemas legítimos, no imaginados); distráete (date un paseo, memoriza un poema o, mejor aún, un versículo de la Biblia); concédete un gusto de vez en cuando; practica el autocuidado, con una alimentación natural, y haciendo ejercicio físico; ten un enfoque espiritual de la vida; relaciónate con personas de fe; marca límites saludables; escribe un diario; rechaza sentirte víctima; ora y medita; pide a Dios que ejerza su poder transformador; y entrégale las riendas de tu vida.
El Dios de la esperanza es experto en transformar corazones desesperanzados. Haz el trabajo interno de vivir en positivo y déjale a él todo lo demás.
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13, RVR60).
116 Adaptado de Carol Cannon, Estoy aquí para ser feliz (Doral, Florida: IADPA, 2015).