Se nos da demasiado bien construir muros. Muros visibles, como la Gran Muralla China; pero también muros invisibles. Estos últimos, tan reales como los primeros, tienen el potencial de conducirnos a guerras frías que dividen familias, iglesias y comunidades.
Construimos muros porque tenemos una naturaleza egocéntrica. “Cada uno de nosotros hace una división del universo en dos mitades. […] Y todos damos los mismos nombres a las dos mitades; esos nombres son ‘yo’ y ‘no-yo’ ”.117 Por eso siguen siendo pertinentes las palabras del Maestro: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo” (Mat. 16:24). ¿Quiero yo ser su discípula?
Conocedor de la naturaleza humana, Cristo sabía que cuando el yo domina la vida, necesitamos defenderlo continuamente; pero la misión a la que nos ha llamado es a vivir mirando hacia afuera, y no mirando hacia adentro. Dios nos ha llamado a llevar a las almas a la salvación. Se trata de vivir una vida “almacéntrica”, movida por el profundo deseo de la salvación de los otros, y no de la potenciación del yo.
Esa es la clave no solo de la auténtica religión, sino de una existencia que no crea muros. Esa es la más elevada batalla del cristiano. Si ves a otras personas como enemigas, estás librando la batalla equivocada; y “si resulta que Dios odia a las mismas personas que tú odias, puedes estar segura de que has creado un Dios a tu propia imagen”.118 Sin embargo, así sucede: hacemos enemigos por razones que van desde el hecho de que alguien invitó a otros a un evento y a nosotras no, a que tienen alguna ideología que nos es desagradable.
“Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente”, leemos en Romanos 12:10 (NVI), pero parece que nos relacionamos más bien para ver qué podemos sacar de provecho del otro y cómo podemos mantener alejado al que no piensa como nosotras pensamos.
Eso sucede porque el ego mueve nuestra vida, confundiéndonos respecto a la naturaleza del verdadero servicio cristiano, y amargándonos hasta llevarnos a la polarización.
“Para que ninguno sea como una planta de raíz amarga que hace daño y envenena a la gente” (Heb. 12:15), en los próximos días hablaremos de diez principios bíblicos para aplicar a nuestras relaciones interpersonales, de tal manera que nos ayuden a derribar los muros ya creados y a no seguir construyendo más. Por hoy, basta con darnos cuenta de que tenemos un problema.
“Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo” (Mateo 16:24).
117 Frase del filósofo William James; 118 Frase de Anne Lamott.