Cuenta una historia que un joven nativo estadounidense recibió de regalo un reloj. El reloj funcionó perfectamente por un tiempo, hasta que un día se detuvo. El joven le quitó las manecillas y se las llevó a un relojero. “Ya no se mueven”, le dijo, “por favor, arréglelas”.
El relojero le explicó que para reparar el reloj no eran las manecillas lo que debía llevarle, sino el mecanismo que había dentro. “Si arreglo el interior, las manecillas se moverán bien”.
Creo que todas nos damos cuenta, en algún momento, de que lo que hacemos y decimos no funciona, no es lo que realmente queremos hacer y decir, y pensamos que se trata de un problema externo, de la conducta, cuando es el interior lo que está mal. Pecamos tanto porque conocemos a Dios tan poco y lo hemos destronado del puesto que quiere ocupar en nuestro corazón. Ese es el problema: el corazón.
El cambio comienza cuando entendemos que, para que nuestra conducta cambie (nuestras reacciones a las cosas que suceden, nuestros desbordes emocionales o las palabras que decimos a destiempo) lo que hay que hacer no es proponernos cambiar por fuera, sino acercarnos a un conocimiento de Cristo que nos transforme por dentro.
Un conocimiento que va más allá de las doctrinas que creemos (y a veces ni siquiera entendemos su verdadero fundamento). Me refiero a una manera de conocer a Cristo que tiene que ver con una sabiduría interior parecida a la del Maestro, de dependencia total del Padre, de redescubrimiento de lo que en realidad es el amor; con la transformación que deriva de eso.
Entonces, nuestras manos (nuestras conductas externas) funcionarán como deben funcionar. No pierdas la esperanza. No te descorazones porque ves que haces lo que no quieres hacer y no haces lo que sí quisieras; entrega tu corazón a Cristo. No se trata de las manecillas, se trata de la maquinaria.
No se trata de hacer las cosas correctas, se trata de ser la persona correcta, es decir, una persona en cuya vida el Relojero divino obra desde el corazón mismo de lo que somos, dándonos el deseo y el poder para hacer lo que a él le agrada (y dejar de hacer lo que nos decepciona de nosotras mismas).
Es ahí donde está el poder para cambiar; es de ahí de donde se aferra nuestra esperanza de ser coherentes y vivir libres en Cristo. Dios trabaja en ti, y este es el tiempo marcado en el reloj para darte deseo y poder para vivir en él.
“Dios trabaja en ustedes y les da el deseo y el poder para que hagan lo que a él le agrada” (Filipenses 2:13, NTV).