Martes 17 de septiembre – LA CRUCIFIXIÓN – JUZGADO Y CRUCIFICADO

JUZGADO Y CRUCIFICADO “Y a la hora novena Jesús exclamó a gran voz: ‘Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?’, que quiere decir:…

 Martes 17 de septiembre – LA CRUCIFIXIÓN – JUZGADO Y CRUCIFICADO

JUZGADO Y CRUCIFICADO

“Y a la hora novena Jesús exclamó a gran voz: ‘Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?’, que quiere decir: ‘¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?’ ” (Mar. 15:34).

Martes: 17 de septiembre

LA CRUCIFIXIÓN

Lee Marcos 15:21 al 38. ¿Qué terrible y dolorosa ironía aparece aquí?

 

Marcos 15:21-38

21 Y obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que venía del campo, a que le llevase la cruz. 22 Y le llevaron a un lugar llamado Gólgota, que traducido es: Lugar de la Calavera. 23 Y le dieron a beber vino mezclado con mirra; mas él no lo tomó. 24 Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes sobre ellos para ver qué se llevaría cada uno. 25 Era la hora tercera cuando le crucificaron. 26 Y el título escrito de su causa era: EL REY DE LOS JUDÍOS. 27 Crucificaron también con él a dos ladrones, uno a su derecha, y el otro a su izquierda. 28 Y se cumplió la Escritura que dice: Y fue contado con los inicuos. 29 Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: ¡Bah! tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas, 30 sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz. 31 De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciendo, se decían unos a otros, con los escribas: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar. 32 El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos. También los que estaban crucificados con él le injuriaban. 33 Cuando vino la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. 34 Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? 35 Y algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: Mirad, llama a Elías. 36 Y corrió uno, y empapando una esponja en vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber, diciendo: Dejad, veamos si viene Elías a bajarle. 37 Mas Jesús, dando una gran voz, expiró. 38 Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.

En este punto del relato de la Pasión, Jesús es una víctima silenciosa, controlada por gente empeñada en su muerte. A lo largo del Evangelio, y hasta su arresto, él estuvo a cargo de la acción. Ahora, en cambio, es objeto de la actividad de otros. Aunque era un robusto predicador itinerante, la flagelación que había recibido, sumada a la falta de alimento y sueño, lo agotaron al punto de que un extraño tuvo que cargar su cruz.

En la cruz, su ropa le fue quitada y llegó a ser propiedad de los soldados, quienes echaron suertes sobre ella para ver de quién sería (compara con Sal. 22:18). La crucifixión era un método de ejecución que no significaba un derramamiento importante de sangre. Los clavos utilizados para fijar a una persona a la cruz (compara con Juan 20:24-29) atravesaban probablemente las muñecas, debajo de las palmas, donde no hay vasos sanguíneos importantes. Tanto en hebreo como en griego, la palabra traducida como “mano” puede designar tanto a esta como al antebrazo. La palma de la mano carece de las estructuras necesarias como para soportar el peso del cuerpo en una crucifixión. El nervio medio o mediano se encuentra ubicado a lo largo del antebrazo y habría sido aplastado por los clavos, provocando así un dolor insoportable en los brazos. La respiración era dificultosa. Para conseguir una buena bocanada de aire, los crucificados tenían que empujar su cuerpo hacia arriba usando como apoyo los pies clavados y flexionando sus brazos, lo cual nuevamente provocaba un dolor atroz. La asfixia por agotamiento era una de las causas de muerte.

Jesús fue víctima de burlas y humillaciones tremendas durante su crucifixión. Como ya se ha visto, el Evangelio de Marcos se caracteriza por un motivo o tema teológico de revelación/secreto según el cual Jesús pide a las personas que guarden silencio acerca de quién es él. Consecuentemente, títulos cristológicos como “Señor”, “Hijo de Dios” y “Cristo” no aparecen con frecuencia en la narración.

Este elemento cambia en la cruz. Jesús no puede ser ocultado. Resulta irónico que sean los líderes religiosos quienes utilizan esos títulos para burlarse de Jesús. ¡Cómo se condenan a sí mismos estos hombres!

Una de sus declaraciones de burla se destaca. En Marcos 15:31, ellos dicen: “A otros salvó. A sí mismo no puede salvarse”. Para demostrar su punto acerca de la impotencia de Jesús en la cruz, aseveran que ayudó a otros (el verbo griego puede significar “salvar”, “sanar”, “rescatar”). Así, irónicamente, admiten que él es el Salvador. La ironía va más allá, pues la razón por la que no podía salvarse, o no quería hacerlo, era porque estaba salvando a otros.

Lee Juan 1:1 al 3 y piensa en lo que este pasaje nos dice acerca de Jesús, el mismo Jesús que está siendo crucificado aquí, en Marcos. ¿Cómo podemos abarcar con nuestra mente lo que la muerte de Cristo significa para nosotros?

Comentarios Elena G.W

Al llegar al lugar de ejecución, los condenados fueron atados a los instrumentos de tortura. Mientras los dos ladrones se debatían en manos de los que los extendían sobre sus cruces, Jesús no ofreció resistencia. Su madre contempló la escena con agonizante suspenso, con la esperanza de que hiciera un milagro para salvarse. Vio sus manos extendidas sobre la cruz, esas manos queridas que siempre habían dispensado bendiciones, y que se habían alargado tantas veces para sanar a los que sufrían. Cuando trajeron martillos y clavos, y estos atravesaron la tierna carne de Jesús para asegurarlo a la cruz, los discípulos, con el corazón quebrantado, apartaron de la cruel escena el cuerpo desfalleciente de la madre de Cristo.

El Señor no formuló queja alguna; su rostro seguía pálido y sereno, pero grandes gotas de sudor perlaban su frente. No hubo mano piadosa que enjugara de su rostro el rocío de la muerte, ni palabras de simpatía e inmutable fidelidad que sostuvieran su corazón humano. Estaba pisando totalmente solo el lagar, y del pueblo nadie estuvo con él. Mientras los soldados llevaban a cabo su odiosa tarea, y él sufría la más aguda agonía, oró por sus enemigos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Lucas 23:34. Esta oración de Jesús por sus enemigos abarca al mundo, pues se refiere a cada pecador que habrá de vivir hasta el fin del tiempo (La historia de la redención, pp. 229, 230).

En los sufrimientos de Cristo en la cruz, se cumplía la profecía. Siglos antes de la crucifixión, el Salvador había predicho el trato que iba a recibir. Dijo: «Porque perros me han rodeado, me han cercado cuadrilla de malignos: horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; ellos miran, y me observan. Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes». Salmo 22: 16-18. La profecía concerniente a sus vestiduras fue cumplida sin consejo ni intervención de los amigos o los enemigos del Crucificado. Su ropa había sido dada a los soldados que le habían puesto en la cruz. Cristo oyó las disputas de los hombres mientras se repartían las ropas entre sí. Su túnica era tejida sin costura y dijeron: «No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, de quién será» (El Deseado de todas las gentes, p. 695).

Y cuando vino la plenitud de los tiempos… Aquel que fue designado en los consejos del cielo vino a la tierra como instructor. Era nada menos que el Creador del mundo, el Hijo del Dios Infinito. La rica benevolencia de Dios lo entregó a nuestro mundo; y para satisfacer las necesidades de la humanidad, tomó sobre sí la naturaleza humana. Ante el asombro de las huestes celestiales, caminó por esta tierra como el Verbo Eterno. Plenamente preparado, abandonó las cortes celestiales para venir a un mundo estropeado y contaminado por el pecado. Misteriosamente se vinculó a la naturaleza humana. «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». El exceso de la bondad, la benevolencia y el amor de Dios fue una sorpresa para el mundo, de la gracia que se podía captar, pero no contar (Fundamentals of Christian Education, p. 400).

Elena G.W

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