Lee Juan 2:1 al 11. ¿Qué señal hizo Jesús en Caná y cómo ayudó así a sus discípulos a creer en él?
Ver a Jesús realizar el milagro de convertir el agua en vino fue una evidencia favorable a la decisión de los discípulos de seguirlo. ¿Cómo no habría de ser esa una poderosa demostración de que él procedía en verdad de Dios? Probablemente no estaban hasta entonces preparados para entender quién era él realmente.
Moisés era el líder de los israelitas, y sacó a Israel de Egipto mediante muchas “señales y milagros” (Deut. 6:22; 26:8). Fue a él a quien Dios utilizó para liberar a Israel de los egipcios. Fue, en cierto sentido, su “salvador”.
Dios profetizó a través de Moisés que vendría un profeta que sería como Moisés. Dios pidió a Israel que lo escuchara (Deut. 18:15; Mat. 17:5; Hech. 7:37). Ese “profeta” era Jesús, y, en Juan 2, Jesús realizó su primera señal, que a su vez se remontaba a la liberación de los hijos de Israel de Egipto.
El río Nilo era un recurso clave y una deidad para los egipcios. Una de las plagas iba dirigida al río: sus aguas se convirtieron en sangre. En Caná, Jesús realizó un milagro similar pero, en lugar de convertir el agua en sangre, la convirtió en vino.
El agua procedía de seis tinajas utilizadas para la purificación en los rituales judíos, lo que vincula aún más el milagro con los temas bíblicos de la salvación. Al relatar el incidente de la conversión del agua en vino, y remitirse así al Éxodo, Juan señalaba a Jesús como nuestro Libertador.
¿Qué pensó el encargado del banquete acerca del vino sin fermentar que le proporcionó Jesús? En efecto, lo sorprendió la calidad de la bebida y, puesto que ignoraba el milagro que Jesús había obrado, pensó que habían dejado lo mejor para el final.
El término griego oinos se utiliza tanto para el zumo de uva fresco como para el fermentado (ver el Diccionario bíblico adventista del séptimo día, p. 1206). Elena de White afirma que el zumo resultante del milagro no era alcohólico (véase “En las bodas de Caná”, en El Deseado de todas las gentes, p. 123). Sin duda, quienes sabían lo que había sucedido estaban asombrados.
¿Qué razones tienes para seguir a Jesús? Se nos han dado muchas, ¿verdad?