Al hablar de su preexistencia, Cristo transporta la mente al pasado de las edades sin fin. Nos ofrece la certeza de que nunca hubo un tiempo cuando él no estuviera en compañerismo eterno con Dios. Aquel cuya voz escuchaban los judíos entonces, había estado con Dios como alguien que siempre lo hubiera acompañado.
Las palabras de Cristo fueron habladas con dignidad tranquila y con una seguridad y poder que trajeron convicción a los corazones de los escribas y fariseos. Les impactó el poder del mensaje enviado por el cielo. Dios estaba tocando a la puerta de sus corazones, suplicándoles que le permitieran entrar.
Era igual a Dios, infinito y omnipotente… El es el Hijo eterno, que posee vida eterna.
En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra. «El que tiene al Hijo, tiene la vida». 1 Juan 5:12. La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vida eterna. «El que cree en mí — dijo Jesús—, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?» Juan 11:25-26… Cristo miraba hacia adelante, a su segunda venida (Exaltad a Jesús, p. 11).
«En él [Cristo] estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres». Juan 1:4. No es la vida física la que se menciona aquí, sino la inmortalidad, la vida que es propiedad exclusiva de Dios. El Verbo, que era con Dios, y que era Dios, tenía esa vida. La vida física es algo que cada individuo recibe. No es eterna o inmortal; porque Dios, el Dador de la vida, la toma nuevamente. El hombre no tiene control sobre su vida. Pero la vida de Cristo no provenía de otro ser. Nadie le puede quitar esa vida. «De mí mismo la pongo» dijo. En él estaba la vida original, propia, no derivada de otra. Esta vida no es inherente al hombre. Puede poseerla solo mediante Cristo.
Mientras llevaba la naturaleza humana, [Cristo] dependía del Omnipotente para su vida. En su humanidad, se aferraba de la divinidad de Dios; y cada miembro de la familia humana tiene el privilegio de hacer lo mismo (Maranata: el Señor viene, p. 311).
La cruz, la cruz del Calvario presentada una y otra vez, desplegada en cada discurso, probará ser el bálsamo sanador de vida, revelará la belleza y excelencia de la virtud. Los que siembran duda acerca de la autenticidad de las Escrituras, y cuestionan la autoridad de la revelación, no serán influenciados.
«Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Juan 17:3. La Palabra eterna se convirtió en carne y habitó entre nosotros. Este tema apagará la sed de la duda; y no obstante, triste es decirlo, Jesús ha sido eliminado de muchos, muchos discursos predicados por ministros adventistas. ¿Por qué? Porque esos ministros no han tenido a Jesús morando en sus corazones por la fe; no han estado vestidos con la justicia de Cristo (La voz: su educación y uso correcto, p. 348).