Todos los rayos de luz que brillan en las Escrituras apuntan a Jesucristo y dan testimonio de él, entrelazando las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento. Cristo es presentado como el autor y consumador de su fe, Aquel en quien se centran sus esperanzas de vida eterna. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».
Jesucristo es el conocimiento del Padre, y Cristo es nuestro gran Maestro enviado de Dios. Cristo ha declarado en el sexto capítulo de Juan que él es ese pan enviado del cielo. «De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí tiene vida eterna» (Fundamentals of Christian Education, p. 383).
Jesús dijo [a los escribas y fariseos]: «No queréis venir a mí para que tengáis vida». «Porque lodo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas». «Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la verdad. Pero yo no recibo testimonio de hombre alguno; mas digo esto, para que vosotros seáis salvos». Les pide que recuerden la profunda convicción que había en ellos a causa de los mensajes de Juan. Dijo: «El era antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz. Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado. También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto, ni tenéis su palabra morando en vosotros; porque a quien él envió, vosotros no creéis.
El testimonio del Padre se había dado. «Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí que los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él; y he aquí una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (The Signs of the Times, 13 de noviembre 13, 1893, párrafo 2).
Al emprender la gran obra de su vida terrenal, Jesús eligió a cinco discípulos: Juan, Andrés, Simón, Felipe y Natanael. Estos hombres fueron llamados de sus humildes ocupaciones para acompañar al Salvador en su ministerio, recibir sus enseñanzas divinas y ser testigos de sus poderosos milagros, para que los publicaran al mundo.
Iban a celebrarse unas bodas en Caná de Galilea. Los contrayentes eran parientes de José y María. Cristo sabía de esta reunión familiar, y que allí se reunirían muchas personas influyentes, por lo que, en compañía de sus discípulos recién nombrados, se dirigió a Caná. En cuanto se supo que Jesús había acudido al lugar, se le envió una invitación especial a él y a sus amigos. Así se lo había propuesto, y por eso honró la fiesta con su presencia (Redemption: Or the Miracles of Christ, the Might one, 1877, p. 3).