Corría el año 1868. Cuba. El Ejército Independentista Cubano se enfrentaba a las tropas españolas. En pleno conflicto bélico, un ciudadano británico nacionalizado estadounidense fue acusado de espía y sentenciado a muerte. Tanto el cónsul británico como el estadounidense intentaron que el preso fuera puesto en libertad, pero todos sus esfuerzos resultaron en vano…
El día de la ejecución llegó más pronto que tarde. Cuando el pelotón de fusilamiento levantó armas, los dos cónsules se apresuraron a colocarse ante el condenado, e inmediatamente extendieron las banderas de los dos países que representaban. Por miedo a que el incidente pudiera considerarse una declaración de guerra contra las dos poderosas naciones que defendían al preso, el capitán cubano dio la orden de no disparar, salvándole así la vida.167
Dos banderas; una vida salvada. Dos banderas aseguran también nuestra salvación: la cruz y la fe. La cruz. Por supuesto, no es la cruz en sí misma la bandera que nos garantiza la vida, sino que “Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que lo sepultaron y que resucitó al tercer día” (1 Cor. 15:3, 4).
Murió en una cruz. “Jesucristo se ofreció en sacrificio para que nuestros pecados sean perdonados; y no solo los nuestros, sino los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). No se trata de símbolos, de rituales ni de una vivencia sentimentaloide de la realidad de la muerte de Cristo; se trata de una comprensión racional del hecho histórico que ha cambiado nuestra vida, dándonos esperanza.
Y que esa comprensión transforme nuestra manera de valorarnos a nosotras mismas y de tratar con los demás. Esa es la fuerza y el poder de la cruz; eso es lo que hace de ella una bandera.
La fe. “Porque nuestra fe nos ha dado la victoria sobre el mundo”. Pero no se trata de una fe en una misma o en la humanidad, sino de la fe en Cristo. “El que cree que Jesús es el Hijo de Dios, vence al mundo” (1 Juan 5:4, 5). Se trata de tener fe en Cristo a pesar de que no entendamos todo lo que nos sucede. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efe. 2:8, RVR95). Asegúrate de llevar en alto estas dos banderas. Te salvarán la vida.
“En ningún otro hay salvación, porque en todo el mundo Dios no nos ha dado otra persona por la cual podamos salvarnos” (Hechos 4:12).
167 Brian D. Jones, Su maravillosa cruz (Doral, Florida: IADPA, 2004), p. 19.