Domingo 27 de octubre – EL ESCENARIO DEL ENCUENTRO – EL TESTIMONIO DE LOS SAMARITANOS

EL TESTIMONIO DE LOS SAMARITANOS “Y decían a la mujer: ‘Ya no creemos solo por tu palabra, sino porque nosotros…

 Domingo 27 de octubre – EL ESCENARIO DEL ENCUENTRO – EL TESTIMONIO DE LOS SAMARITANOS

EL TESTIMONIO DE LOS SAMARITANOS

“Y decían a la mujer: ‘Ya no creemos solo por tu palabra, sino porque nosotros mismos lo hemos oído, y sabemos que en verdad este es el Salvador del mundo’ ” (Juan 4:42).

Domingo: 27 de octubre

EL ESCENARIO DEL ENCUENTRO

Lee Juan 4:1 al 4. ¿Cuál fue el trasfondo que llevó a Jesús a pasar por Samaria?

 

Juan 4:1-4

1 Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. Y le era necesario pasar por Samaria.

Los fariseos descubrieron que los discípulos de Jesús bautizaban más gente que los de Juan el Bautista. Esta situación podía crear tensiones entre los seguidores de Juan y los de Jesús. Los discípulos de Juan, como es natural, eran celosos de la reputación y el estatus de su maestro (comparar con Juan 3:26-30). La impresionante respuesta de Juan fue que él debía disminuir, pero que Jesús debía aumentar (Juan 3:30). Probablemente para evitar la confrontación, Jesús abandonó Judea para dirigirse a Galilea. Samaria ofrecía la ruta más directa entre esos dos lugares, pero no era la única posible. Los judíos devotos tomaban el camino más largo, yendo al este a través de Perea. Pero Jesús tenía una misión en Samaria.

Lee Juan 4:5 al 9. ¿Cómo aprovechó Jesús esta oportunidad para entablar un diálogo con la mujer samaritana?

 

Juan 4:5-9

Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí.

El pozo de Jacob estaba situado justo al lado de Siquem, mientras que Sicar, de donde era la mujer, estaba a un kilómetro y medio de allí. Jesús se sentó junto al pozo mientras sus discípulos iban a la ciudad a comprar comida. No tenía acceso al agua fresca del pozo. Cuando la mujer vino a sacar agua, Jesús le pidió de beber.

En Juan 3, fue sorprendente que Nicodemo, un dirigente de los judíos y rabino, se rebajara a ir a Jesús. Fue de noche para no ser visto por la gente. Pero en Juan 4, la samaritana se esconde a plena luz del día, quizá para evitar el contacto con otras mujeres que venían al pozo temprano o al atardecer, cuando hacía menos calor. De no ser así, ¿por qué recorrer un camino tan largo para buscar agua en pleno día, cuando hacía más calor? Sea cual fuere la razón de su presencia allí, el encuentro con Jesús cambiaría su vida.

¿Qué escena se desarrolla a continuación? Un maestro judío es contrastado con una mujer samaritana de mala reputación. ¡Qué diferencia! Sin embargo, es en este contexto donde se produce un encuentro extraordinario.

¿Cuáles son algunos prejuicios de tu propia cultura que podrían obstaculizar tu testimonio en favor de los demás? ¿Cómo es posible aprender a superarlos? Comparte tu respuesta en la clase el sábado.

Comentarios Elena G.W

Cristo no admitía distinción alguna de nacionalidad, jerarquía social, ni credo. Los escribas y fariseos deseaban hacer de los dones del cielo un beneficio local y nacional, y excluir de Dios al resto de la familia humana. Pero Cristo vino para derribar toda valla divisoria. Vino para manifestar que su don de misericordia y amor es tan ilimitado como el aire, la luz o las lluvias que refrigeran la tierra.

La vida de Cristo fundó una religión sin castas; en la que judíos y gentiles, libres y esclavos, unidos por los lazos de fraternidad, son iguales ante Dios. Nada hubo de artificioso en sus procedimientos. Ninguna diferencia hacía entre vecinos y extraños, amigos y enemigos. Lo que conmovía el corazón de Jesús era el alma sedienta del agua de vida.

Nunca despreció a nadie por inútil, sino que procuraba aplicar a toda alma su remedio curativo. Cualesquiera que fueran las personas con quienes se encontrase, siempre sabía darles alguna lección adecuada al tiempo y a las circunstancias. Cada descuido o insulto del hombre para con el hombre le hacía sentir tanto más la necesidad que la humanidad tenía de su simpatía divina y humana. Procuraba infundir esperanza en los más rudos y en los que menos prometían, presentándoles la seguridad de que podían llegar a ser sin tacha y sencillos, poseedores de un carácter que los diera a conocer como hijos de Dios (El ministerio de curación, pp. 15, 16).

El Salvador anhelaba exponer a sus discípulos la verdad concerniente al derribamiento de la «pared intermedia de separación» entre Israel y las otras naciones —la verdad de que «los Gentiles sean juntamente herederos» con los judíos, y «consortes de su promesa en Cristo por el evangelio». Efesios 2: 14; 3:6. Esta verdad fue revelada en parte cuando recompensó la fe del centurión de Capernaum, y también cuando predicó el evangelio a los habitantes de Sicar. Fue revelada todavía más claramente en ocasión de su visita a Fenicia, cuando sanó a la hija de la mujer cananea. Estos incidentes ayudaron a sus discípulos a comprender que entre aquellos a quienes muchos consideraban indignos de la salvación, había almas ansiosas de la luz de la verdad (Los hechos de los apóstoles, pp. 16, 17).

En los tiempos de Cristo, el orgullo, el egoísmo y el prejuicio habían levantado una muralla de separación sólida y alta entre los que habían sido designados custodios de los oráculos sagrados y las demás naciones del mundo. Cristo vino a cambiar todo esto. Las palabras que el pueblo oía de sus labios eran distintas de cuantas había escuchado de sacerdotes o rabinos. Cristo derribó la muralla de separación, el amor propio, y el prejuicio divisor del nacionalismo egoísta; enseñó a amar a toda la familia humana. Elevó al hombre por encima del círculo limitado que les prescribía su propio egoísmo; anuló toda frontera territorial y toda distinción artificial de las capas sociales. Para él no había diferencia entre vecinos y extranjeros ni entre amigos y enemigos. Nos enseña a considerar a cada alma necesitada como nuestro prójimo y al mundo como nuestro campo (El discurso maestro de Jesucristo, p. 38).

Elena G.W

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *