Aquel que vino a nuestro mundo para buscar y salvar lo que se había perdido, ofreció su propia vida [por la humanidad]… Tiene piedad, compasión y amor sin igual; y ha hecho toda provisión en favor del hombre, de modo que ninguno necesite morir. El divino Hijo de Dios, la Luz y la Vida, vino a este mundo para abarcar al mundo entero y para atraer y unir hacia sí a todo ser humano que está bajo la sujeción y el gobierno satánico. El los invita: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas». Mateo 11:28, 29. De este modo une consigo, por medio de una nueva efusión de su gracia, a todos los que acuden a él. Pone sobre ellos su sello, su señal de obediencia y lealtad a su santo sábado (Alza tus ojos, p. 283).
«Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado». Juan 17:3. Estas palabras abren los ojos a todos los que quieran verlas. El conocimiento de Dios es un conocimiento que no tendrá que ser dejado atrás cuando el tiempo de gracia termine, un conocimiento que es del más duradero beneficio para el mundo y para nosotros individualmente. ¿Por qué, entonces, deberíamos poner la palabra de Dios en segundo plano cuando es sabiduría para salvación? «Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos»… [La] Biblia está llena del conocimiento de Dios, y es conveniente para educar al estudiante para una vida provechosa en esta tierra y para la vida eterna…
Interésate por las Escrituras. Léelas y estúdialas con diligencia. «a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna —dijo Cristo—, y ellas son las que dan testimonio de mí». Juan 5:39, 40. Significa todo para nosotros tener un conocimiento experimental e individual de Dios y de Jesucristo, «a quien ha enviado». «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Fundamentals of Christian Education, pp. 403, 404).
Mira a Jesús, la Majestad del cielo. ¿Qué contemplas en la historia de su vida? Su divinidad revestida con la humanidad, toda una vida de continua humildad, la realización de un acto de condescendencia tras otro, una trayectoria de continuo descenso de las cortes celestiales a un mundo todo marchitado y malogrado con la maldición, un mundo indigno de su presencia, en el que descendió más y más, tomando la forma de un siervo, para ser despreciado y desechado de los hombres, obligado a huir de lugar en lugar para salvar su vida y, al fin, traicionado, rechazado, crucificado…
No pierdas tiempo, no pase otro día a la eternidad antes de que vayas a él, tal como eres, cualquiera sea tu debilidad, tu indignidad… no tardes en venir [a él] ahora (That I May Know Him, p. 56; parcialmente en A fin de conocerle, p. 56).