- enero 8, 2025
Miércoles 8 de enero – MISERICORDIA PERDIDA – AMOR PACTUAL
AMOR PACTUAL “Respondió Jesús y le dijo: ‘El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y…
AMOR PACTUAL
“Respondió Jesús y le dijo: ‘El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada con él’” (Juan 14: 23).
Miércoles: 8 de enero
MISERICORDIA PERDIDA
El amor de Dios es eterno e inmerecido. Sin embargo, los seres humanos pueden rechazarlo. Tenemos la oportunidad de aceptar o rechazar ese amor, pero solo porque Dios nos ama por iniciativa propia con su amor perfecto y eterno antes de cualquier cosa que hagamos (Jer. 31: 3). Nuestro amor a Dios es una respuesta a lo que ya se nos ha dado incluso antes de que lo pidiéramos.
Lee 1 Juan 4: 7 al 20, con especial atención a los versículos 7 y 19. ¿Qué nos dice esto acerca de la iniciativa divina de amarnos?
1 Juan 4: 7-20
7 Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. 8 El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. 9 En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. 10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. 11 Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. 12 Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. 13 En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. 14 Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. 15 Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. 16 Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. 17 En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. 18 En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. 19 Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. 20 Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?
El amor de Dios siempre ocurre primero. Si Dios no nos amara en primer lugar, nosotros no podríamos amarlo. Aunque Dios nos creó con la capacidad de amar y ser amados, Dios mismo es el fundamento y la fuente de todo amor. Sin embargo, nosotros podemos elegir aceptar su amor y reflejarlo en nuestra vida. Esta verdad se ejemplifica en la parábola de Cristo acerca del siervo que no estaba dispuesto a perdonar (ver Mat. 18: 23-35).
En esa parábola, vemos que no había forma de que el siervo pudiera devolver lo que debía a su amo: 10.000 talentos. Un talento equivalía a unos 6.000 denarios. Y un denario era lo que se pagaba a un jornalero por un día de trabajo (Mat. 20: 2). Por lo tanto, a un trabajador promedio le llevaría 6.000 días de trabajo ganar un talento. Supongamos que, después de contabilizar los días de descanso, un obrero promedio trabajara 300 días al año y, por lo tanto, ganara 300 denarios en un año. En ese caso, ese trabajador tardaría aproximadamente veinte años en pagar un talento, que consistía en 6.000 denarios (6.000 dividido por 300 = 20). Para ganar 10.000 talentos, un trabajador tal tendría que trabajar 200.000 años. En resumen, el siervo nunca podría pagar esa suma. Sin embargo, el amo sintió compasión por su siervo y le perdonó su enorme deuda.
No obstante, cuando este siervo se negó a perdonar la deuda mucho menor (100 denarios) de uno de sus compañeros de servicio e hizo que lo encarcelaran por ella, el amo se llenó de ira y anuló su misericordioso perdón. El siervo perdió el amor y el perdón de su señor. Aunque la compasión y la misericordia de Dios nunca se agotan, uno puede finalmente rechazar o incluso renunciar a los beneficios de la compasión y la misericordia divinas.
Piensa en lo que se te ha perdonado y en el hecho de que fuiste perdonado gratuitamente por Jesús. ¿Qué debería decirte esto acerca de perdonar a los demás?
Comentarios Elena G.W
En la parábola se revocó la sentencia cuando el deudor pidió una prórroga, con la promesa: “Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo». Toda la deuda fue cancelada, y pronto se le dio una oportunidad de seguir el ejemplo del Señor que le había perdonado. Al salir, se encontró con un consiervo que le debía una pequeña suma. Se le habían perdonado diez mil talentos, y el deudor le debía cien denarios. Pero el que había sido tratado tan misericordiosamente, trató a su consiervo en una forma completamente distinta…
Cuando el deudor suplicó misericordia a su señor, no comprendía verdaderamente la enormidad de su deuda. No se daba cuenta de su impotencia. Esperaba librarse. «Ten paciencia conmigo-dijo-,y yo te lo pagaré todo». Así también hay muchos que esperan merecer por sus propias obras el favor de Dios. No comprenden su impotencia. No aceptan la gracia de Dios como un don gratuito, sino que tratan de levantarse a sí mismos con su justicia propia. Su propio corazón no está quebrantado y humillado a causa del pecado, y son exigentes y no perdonan a otros. Sus propios pecados contra Dios, comparados con los pecados de sus hermanos contra ellos, son como diez mil talentos comparados con cien denarios, casi a razón de un millón por uno; sin embargo, se atreven a no perdonar (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 191,192).
Si el Señor tratara a la familia humana como los hombres se tratan unos a otros, habríamos sido consumidos; pero él es longánime, de tierna compasión, que perdona nuestras transgresiones y pecados. Cuando lo buscamos de todo corazón, lo hallamos…
Pero la misericordia de Cristo al perdonar las iniquidades de los hombres nos enseña que debe haber un perdón abundante para las ofensas y pecados que nuestros prójimos cometen contra nosotros. Cristo dio esta lección a sus discípulos para corregir los males que enseñaban y practicaban por precepto y ejemplo los que interpretaban las Escrituras en ese tiempo…
El hombre puede ser salvo únicamente por medio de la maravillosa paciencia de Dios al perdonarle sus muchos pecados y transgresiones, pero los que son bendecidos por la misericordia de Dios debieran manifestar el mismo espíritu de paciencia y perdón hacia los que constituyen la familia del Señor (Alza tus ojos, p. 41).
Dios… tiene corazón de Padre y mucha paciencia con sus hijos. En su trato con el pueblo de Israel les suplicó con misericordia y amor. Pacientemente expuso sus pecados ante ellos, y con clemencia esperó que vieran y reconocieran sus errores. Cuando se arrepintieron y confesaron sus pecados, éllos perdonó; y aunque la ofensa se repitió frecuentemente no pronunció palabras de burla, ni expresó resentimiento.
Cristo claramente afirmó que aunque alguien peque reiteradamente ha de ser perdonado, si se arrepiente, aun si pecare setenta veces siete (Alza tus ojos, p. 296).