Cerca de la chimenea se escuchó el estruendo del choque entre la muñeca y el piso. Las vibraciones producidas, causaron júbilo en la niña de siete años. No era la primera vez que sus rabietas eran expresa- das sin timidez, pero sí con satisfacción. La maestra barrió los trozos de la muñeca hacia un lado y, al percatarse del hecho, Helen, en su mundo de tinieblas y silencio, donde no existían el amor ni la ternura por nada, se sintió satisfecha de haberse deshecho de la causa de su molestia sin pena ni remordimiento. Todo comenzó cuando la maestra quiso volver a enseñarle, escribiendo sobre su mano, la diferencia entre un vaso y agua. Al seguir confundiendo las palabras en su oscuro mundo, la muñeca pagó las conse- cuencias.
Cuando vivimos en un mundo de pecado, cegados como resultado del mismo, las tinieblas en las que estamos sumergidos nos llevan a actuar como Helen. Nuestros actos negativos no nos causan el más mínimo remor- dimiento, pues donde hay tinieblas, no hay amor. Donde hay pecado, no hay vergüenza por las malas acciones.
Esa misma tarde mientras daban un paseo por el campo, la maestra puso una mano de Helen Keller bajo un chorro de agua, al mismo tiempo escribía en la otra mano la palabra agua. Mientras aquella sustancia fresca y líquida bañaba su pequeña mano y la maestra seguía escribiendo con mayor rapidez en la otra, la niña pudo sentir el milagro de entender el lenguaje hablado. De pronto esa palabra viviente despertó su alma; le transmitió luz, espe- ranza, alegría y le devolvió la libertad que las tinieblas le habían arreba- tado. Desde ese momento supo que cada cosa tenía un nombre y en cada nombre nacía un pensamiento. Al regresar a su casa, todo lo que tocaba tenía vida. Fue hasta la chimenea y quiso juntar los pedazos rotos de su muñeca, pero fue en vano. Entonces sus ojos se llenaron de lágrimas, com- prendió lo que había hecho y por primera vez sintió remordimiento y pena por sus acciones.39
Cuando a nuestra vida ha llegado la luz que emana de la cruz del calvario, no tenemos más el deseo de pecar, porque la luz da libertad. El conocimiento del amor de Dios y el entendimiento de su palabra nos hacen repudiar el pecado. ¿Tenemos la luz de Cristo en nuestra vida? Vivamos entonces como hijas de luz.
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