Marzo 07 – Benignidad

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay…

 Marzo 07 – Benignidad

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Gálatas 5:22, 23.

Si Cristo habita en nosotros, debemos ser cristianos tanto en el hogar cuanto fuera de él. El que dice ser cristiano expresará palabras bondadosas a sus parientes y a otros con los que también se relaciona. Será bondadoso, cortés, amable y compasivo, y deseará educarse a fin de poder habitar con la familia celestial. Si es miembro de la realeza, procurará representar bien al reino en todo lugar. Hablará a los niños con amabilidad, ya que ellos también son herederos de Dios y miembros de las cortes celestiales. Entre los hijos del reino no hay lugar para las asperezas, porque “el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. Gálatas 5:22, 23. En la iglesia se manifestará el espíritu que se cultiva en el hogar. RP 77.2

Oh, debemos educar el carácter para practicar la piedad, la docilidad, la ternura, la compasión y el espíritu perdonador. Al abandonar la vanidad, la conversación insensata y las burlas, no nos hará fríos, antipáticos y antisociales. El Espíritu del Señor descansará sobre usted hasta que adquiera la fragancia de las flores del jardín de Dios. Debe mantenerse hablando acerca de la luz, y de Cristo, el Sol de Justicia, hasta que en usted se produzca el cambio de gloria en gloria, de un carácter a otro mejor, y de una fortaleza a otra mayor, para reflejar más y más la preciosa imagen de Jesús. Cuando usted haga esto, el Señor escribirá en los libros del cielo: “Bien hecho”. RP 77.3

El cristiano no debe tener un corazón petrificado, que impida la aproximación de sus semejantes. Si tenemos un carácter hermoseado por las gracias celestiales, Jesús podrá reflejarse en el comportamiento. La presencia de Dios debe permanecer en nosotros para que podamos llevar la luz a cualquier lugar adonde vayamos. Entonces los que entren en contacto con nosotros sabrán que la atmósfera del cielo nos rodea.—The Review and Herald, 20 de setiembre de 1892. 

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