Paula, una amiga de mi madre, comenta que, cuando era pequeña, odiaba su nombre. Como sus hermanos sabían que a ella no le gustaba llamarse Paula, cada vez que discutían, le decían: “Paula, Paula y Paula”. Esa era su arma de ataque. Una palabra que, sin tener nada de malo, era mal usada para herir y vencer en un conflicto.
Precisamente la primera arma que el enemigo usó para infligir una herida al ser humano fue la palabra. Tergiversando el mensaje que había dado Dios, “puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, menos del árbol del bien y del mal” (Gén. 2:16, 17), Satanás le dijo a Eva: “¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín?” (Gén. 3:1).
La frase de Dios, que concedía gran libertad, fue malinterpretada, retorcida y mal repetida, para que sonara ahora como una restricción total en labios del enemigo de las almas. Un mensaje que, sin tener nada de malo, fue mal usado por Satanás para herir al ser humano e intentar vencer a Dios en el gran conflicto entre el bien y el mal.
“¡Qué bosque tan grande puede quemarse por causa de un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego. Es un mundo de maldad […] que contamina a toda la persona. Está encendida por el infierno mismo, y a su vez hace arder todo el curso de la vida.
El hombre es capaz de dominar toda clase de fieras, de aves, de serpientes y de animales del mar, y los ha dominado; pero nadie ha podido dominar la lengua. Es un mal que no se deja dominar y que está lleno de veneno mortal. Con la lengua, lo mismo bendecimos a nuestro Señor y Padre, que maldecimos a los hombres creados por Dios a su propia imagen. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, esto no debe ser así” (Sant. 3:5-10).
Y tú, ¿cómo usas esa arma tan poderosa llamada “palabra”? ¿Qué tipo de mensajes salen de tu boca? Cada día hemos de tomar decisiones morales al respecto. Esta mañana te hago una propuesta, de manos del escritor Francis Scott Fitzgerald: “Puedes acariciar a la gente con palabras”. Úsalas para apagar fuegos, no para encenderlos. Úsalas para sanar corazones, no para herirlos. Úsalas para respetar la libertad en Cristo, no para restringirla. Eso se logra pidiendo el poder de Dios.
Tal vez, gracias a tu influencia por medio de las palabras, alguna Paula aprenda a amar su nombre…, y a amar a Dios.
“¿Quién, entonces, es una persona madura? Solo quien es capaz de dominar su lengua y de dominarse a sí mismo” (Santiago 3:2, TLA).