Una mamá estaba en casa con sus hijos, Samuel, de cuatro años, y Lucas, de dos. Cuando necesitó salir a la huerta a buscar lechuga y tomate para la cena, le dijo a Samuel:
—No le quites la vista de encima a tu hermanito hasta que yo vuelva.
Cinco minutos después, regresó, y encontró a Lucas masticando hojas de una planta que estaba volcada y rota en pedazos, y cuya tierra se había desparramado por todo el suelo.
—¡¡¡Samuel!!! ¿Qué está pasando aquí? —preguntó, indignada—, ¡¡¡te pedí que no le quitaras la vista de encima a tu hermano!!!
—Sí, mami, yo no le quité la vista de encima, llevo todo el rato mirándolo, ¿verdad que es gracioso?
Samuel obedeció las instrucciones de mamá, solo que mamá no recordó que un niño de cuatro años lo entiende todo literalmente.
Si entre adultos es importante comunicarse de forma clara, mucho más lo es cuando hablamos con niños, porque genera frustración, para ellos y para nosotras, no ser comprendidos. Saber usar la voz para comunicarnos con los pequeños, cuya personalidad y cuyo cerebro están en formación, es un reto de los más difíciles que tiene una madre. Para superarlo hace falta sabiduría del cielo.
Si eres una mamá en necesidad de sabiduría para hablarles a tus niños, te presento algunas citas de la pluma inspirada que te pueden dar motivación y refuerzos hoy. Se encuentran en el libro La voz: su educación y uso correcto:
“Es obra de los padres inculcar en sus hijos la costumbre de hablar correctamente. La mejor escuela para obtener esta cultura es el hogar. […] Sean los padres mismos alumnos diarios en la escuela de Cristo. Entonces, por precepto y ejemplo, pueden enseñar a sus hijos el uso de toda ‘palabra sana e irreprensible’ (Tito 2:8)” (p. 33).
“Una de las mejores y más elevadoras ramas de la educación, es la de conocer cómo dirigirnos a los miembros de la familia, para que la influencia de las palabras habladas sea pura e incorruptible. La conversación apropiada del cristiano es aquella que lo capacita para intercambiar ideas” (p. 34).
Quiera Dios que las palabras que usamos para referirnos a nuestros niños muestren que nosotras mismas recurrimos a Dios para que nos dé sabiduría para hablarles.
“Preséntate tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza, mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable” (Tito 2:7, 8, RVR95).