Hablemos hoy de otros tres principios bíblicos que nos ayudan a estrechar lazos de unión en vez de levantar muros de separación. Tres principios indispensables para pasar de una visión egocéntrica del mundo, a una actitud que abra puertas exteriores y estreche lazos de perdón y amistad.
No nos ofendamos tan fácilmente. La gente actúa como actúa no por ti, sino por sus propias realidades. Cada uno transita su camino para liberarse del egoísmo, y tú no puedes acelerar ese proceso. Cuando alguien te diga algo ofensivo, no permitas que tu derecho a la indignación se apodere de ti. ¿Por qué es tan importante impedir esto?
Nos ayuda a entenderlo Efesios 4:26 y 27: “Que el enojo no les dure todo el día. No le den oportunidad al diablo”. La palabra traducida como “oportunidad” es topos, que significa “territorio”. Cuando permitimos que el enojo nos dure más de lo debido, estamos cediendo al diablo un “territorio” en nuestro carácter que le dará acceso a generar más puntos débiles.
Recuerda que no te define lo que otra persona dice de ti; tu valor lo define Dios, quien te creó a su imagen y te redimió. Tampoco te tomes a ti misma demasiado en serio; “no exageres tu bondad ni te pases de listo; ¿por qué habrás de destruirte?” (Ecl. 7:16, RV77).Pidamos a Dios que nos enseñe a perdonar.
“Si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes; pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados” (Mat. 6:14, 15).
Sin perdonar no serás libre y te harán falta muchos muros tras los cuales esconderte. Por eso, haz del perdón un estilo de vida. Perdonar no es excusar ni olvidar; de hecho, lo inexcusable y lo que no podemos olvidar es precisamente lo que requiere perdón. Perdonar es abandonar todo mecanismo de defensa o ataque, todo deseo de venganza, toda tendencia a presuponer lo malo del otro; es no permitir que la herida lo condicione todo.
Centrémonos en cambiar nosotras, no en cambiar al otro. No tiene sentido señalar defectos ajenos ni intentar cambiar a nadie porque, en última instancia, sería transformado a criterio de otro ser humano. A quien le corresponde el milagro de transformar el carácter es a Dios; y él sí lo hace de tal manera que nos parezcamos cada día más a Jesús.
“Si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes” (Mateo 6:14, 15).